La crítica literaria davidiana: ve inticinco escritores dominicanos

La crítica literaria davidiana: ve inticinco escritores dominicanos

La valoración de escritores dominicanos de hoy y de antaño la asume León David en el tomo VI de sus Obras completas; cada creador preciado verazmente, como corresponde a un crítico del talante moral y la estatura intelectual de este autor, galardonado con el Premio Nacional de Literatura.

Dos partes unidas, pero separadas, componen ese volumen: los clásicos de la literatura nacional (por la excelencia de sus escritos, por la permanencia de sus obras)… y los de ahora. Es esfuerzo intelectual dedicado a resaltar eminencias y debilidades en el acto creativo… al roce comprobatorio de acervos valorativos que el opinante acredita como valederos y suficientes por su derivación de un canon primordial decantado en el corpus de la literatura universal. Es crítica… y crítica de la crítica, en jerarquizada taxonomía.

Nuestro autor privilegia los elementos técnicos, de estilo, de inmanencia formal, en la obra artística. Se opone a quienes fincan en razones exteriores para revelar el arte como tal.

En el ensayo referido a la célebre trilogía de Federico García Godoy, León reclama análisis que desnuden la razón esencial de la entidad artística: la forma, despliegue monumental al que se insertan ideas y argumentos como piezas coadyuvantes… Los dictámenes reiterados, coincidentes, conocidos, generalmente aceptados, en torno a la cristalización de la condición de objeto de arte en Alma dominicana por acción y efecto de, verbigracia, sentimientos patrióticos y fervores nacionalistas del medio o del autor —o por su expresión como radiografía de una época determinada— no bastan para determinar el peso específico de esa obra, que debe buscarse en la urdimbre de significantes: elementos de sustentación que tienden a mofarse galanamente de las caducidades.

«La crítica —expresa—, …ha de poner el acento, primero que nada, en atributos formales (…), y solo habiendo cumplido a plenitud semejante faena puede, posteriormente, permitirse fisgonear el contexto político, filosófico, histórico y social al que de modo más o menos directo apunta la creación…».

Tales reclamos se revelan cumplidos en su personal escritura, donde la forma se entreteje solícita con el caudal de incisivas ideas… en un lenguaje hermoso, vigoroso, elegante y profundo.
La excelencia crítica no debería ser solo ponderación —inquiriendo, señalando aciertos y errores,desempolvando criterios epistemológicos, achicando y extendiendo la vara de medir—; la crítica consumada que nos muestra León David es la del exégeta que, al estatuir con sinceridad, crea a su vez obra de arte con vida independiente por la excelencia del planteamiento y el brillo de las expresiones. Oportuna para él, aunque no indispensable, su condición de artista verdadero por cuenta propia.

Toda crítica tiene carácter referencial, ¡ni siquiera pretende lo contrario!; necesita tomar de las obras originarias los elementos sobre los que se emitirán juicios y escolios, pero el resultado final en el mejor de los casos será necesariamente la realización en laque el crítico despliegue su condición de artista y plasme emociones y opiniones en tono armónico y acabado, aunque suelan nacer las especulaciones teóricas con el sello congénito de lo rebatible.

Daremos ejemplo de la irreductible belleza en la elocución a que se traduce el ensayístico estilo davidiano. Sobre dos libros esmerados de la bibliografía nacional, dice: «Léanse, medítense, estúdiense… Fueron escritos con entereza de corazón y claridad de juicio.

Y fueron escritos por un dominicano que, consciente de su propia grandeza, sabía —cómo no iba a saberlo— que al morir conquistaría la gloria suprema reservada a los grandes, la de soportar el doble peso de la losa y de la indiferencia». Frase sentenciosa, proverbial, lapidaria, trabajada, que delata el poder arrollador de la palabra colocada por la mano maestra en el exacto lugar en su debido tiempo.

Saludable el oficio crítico de León David sobre las obras y sobre la crítica. Esos especialistas a los que llamamos «críticos» son generalmente lectores de amplia cultura y acrisolado gusto que intentan posicionar las creaciones del espíritu, ayudando de paso al lector menos avezado a desmadejar la maraña creada por intereses individuales, complacencia de grupos, la ubicuidad propagandística, la facilidad de las vías de comunicación de masas (hoy felizmente, pero lamentablemente, al alcance de todos).

Ellos agregan peso, respaldo y credibilidad a la obra substancial. Por igual razón: saludables las iniciativas davidianas de confrontación de opiniones y procedimientos críticos en pro de enriquecer la cultura y afianzar las ideas, confrontación que no implica sometimiento o avasallamiento, sino diálogo civilizado en provecho colectivo.

En el tomo VI de sus Obras Completas distingue el estilo de excepción de Pedro Henríquez Ureña: «Clasicismo de la más alta estirpe… de cuyas bondades propedéuticas ninguna sociedad culta sabría dispensarse»; en Tulio ManuelCestero, señala el posicionamiento cardinal de su novela La Sangre entre sus coetáneos connacionales y extranjeros; de Juan Bosch subraya el consabido rigor creativo y la excelencia de su cálamo; de Jimenes Grullón, la asombrosa actualidad de sus escritos sociológicos y políticos más de siete décadas después de su publicación, actualidad permanente que define a la obra meritoria; de Franklin Mieses Burgos, su hálito de perfección; de Mir y Del Cabral, sus respectivas maestrías técnicas y la trascendencia de dos obras que apoyan sus puntales en recursos formales, abrazando de paso un anhelo de redención, y del segundo el aliento recóndito proveniente de un temporal metafísico; de Fernández Spencer: «Así nos habla el hombre fundamental; así dialoga con nosotros el que de tanto bucear en sus propios abismos encontró el camino por donde retornar, renovado, a la sencillez fecunda de la vida»; y de Freddy Gatón Arce: «…hombre para quien la palabra es lugar privilegiado de encuentro con el engaño en que se resume nuestra existencia»; de Joaquín Balaguer resalta la condición de crítico literario por encima de sus demás inclinaciones (poesía, novelística, etc.)

Entre «los de ahora», destaca León la excelencia del acometimiento crítico de Nelson Julio Minaya; de Iván García Guerra, la excelsitud de su prosa, «decantada de desorden e impureza»; de Higinio Báez Ureña, el notable empeño de preservar el aspecto social del canto, a caballo firme sobre la presentación cuidada de la forma; de Manuel Chapuseaux: «…tan límpido y directo el estilo que su lectura se nos hace corta».

Sobre María Aybar, acentúa León «esa dimensión de hechizo, de encantamiento, esa atmósfera mágica que la autora logra materializar»; de Náyila Pichardo: «el auspicioso desarrollo de un espíritu de formidable y singular talento»; de José Rafael Lantigua: «…bella y levantada poesía de la que sería ingratitud y agravio prescindir».

En Bárbara Moreno vislumbra un «…lenguaje evocador que jamás rinde tributo al Moloch de la vulgaridad»; en Miguel Ángel Fornerín: «Reciedumbre, seguridad, acuidad dialéctica, he aquí algunas de las notas distintivas de un estilo de cavilación…»; en Carmen Comprés: «… un despojamiento verbal y un sentido de la síntesis muy poco frecuentes en los parajes, por lo demás demasiado gárrulos cuando no ampulosos, de las artes poéticas de nuestro país»; enEsteban Deive: «…Prosa condimentada, llena de sabor»; de Catana Pérez, capacidad de «unir a la claridad expositiva el primor de un estilo de encantadora fluidez»; y por la oratoria de Federico Henríquez Gratereaux pronuncia la verdad siguiente: «uno de los más señeros intelectuales de que pueda nuestra nación ufanarse».

El tomo VI de las Obras completas de León David se suma a los cinco anteriores en los que compila su copiosa labor intelectual para uso de la posteridad.

…Los hombres pasan, y hasta las obras pasan, pero hay hombres y obras que quedan permanentemente en la memoria de los otros, en la memoria de Nosotros, porque se impulsan con la cuadriga del espíritu, el esfuerzo, el genio y la inteligencia; de Nosotros: pueblo y suma de generaciones, productos del designio o del planeado azar, pobladores de un mundo misterioso que refleja y nos empapa del aura inaugural de la divina Inteligencia.

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