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Durante el proceso de aplicación del censo del 2010 se produjeron hechos, que expusieron al desnudo algunos problemas de la institucionalidad del país. Pero lo más preocupante son los eventuales errores metodológicos y conceptuales que en el diseño y en la aplicación del Censo, que según algunos especialistas se expresarían en un sub registro de la población rural y una sobrevaloración de la urbana.
A ese propósito, son de sumo interés los trabajos de Pedro Juan del Rosario y Julio Morrobel, además de Miguel Ceara. En el acucioso trabajo de los dos primeros se analiza el comportamiento de la evolución del crecimiento poblacional en algunas ciudades, según lo proyectado por el censo del 2002 y lo arrojado por el del 2012, así como la población rural proyectada y arrojada por esos censos, que para esos autores resultan ser inconsistentes. Aunque con otros énfasis, lo mismo plantea Ceara.
Del Rosario/Morrobel plantean que el crecimiento de la población durante el periodo 2002/2010 fue de 882,740 personas, pero que los nacimientos en ese periodo fueron de 1,655,564. Dónde están las 772,824 que marcan la diferencia de esos números? Y cómo es posible una reducción de un 22% la población rural en diez años (700 mil personas), concluyendo que hay 628,040 personas que ahora lo llamamos residentes urbanos, pero siguen viviendo en sus territorios con características rurales. Esos especialistas, como Ceara, atribuyen estas inconsistencias a omisiones o sub registros censales y a las constantes creación de numerosos nuevos municipios y distritos municipales que elevarían a categoría de urbanos a asentamiento anteriormente considerados rurales.
En esencia, los señalamientos que estos investigadores hacen al Censo son pertinentes, pero creo necesario adentrarnos más profundamente en la caracterización de lo urbano/rural en la actualidad. Diría con Davis que la globalización ha incrementado el movimiento de gente, bienes, información, noticias, productos, dinero, y eso se va reflejando en todo el territorio de un determinado país, por lo cual son identificables elementos urbanos en las áreas rurales y de rasgos rurales en las áreas urbanas.
A diferencia de antes, hoy lo rural no es simplemente lo opuesto a lo urbano o viceversa, la densidad, cantidad de habitantes e imagen física de un territorio son insuficientes para caracterizarlo como urbano o rural. En los procesos de producción del espacio urbano y del territorio como forma de reproducción del capital y en la creación de regiones para esa reproducción, se produce una de conurbación de muchas ciudades, grandes y hasta medianas, que provocan una suerte de remolino que va envolviendo sus entornos antiguamente rurales, llevándoles formas y estilos de vida que desdibuja las estructuras sociales, culturales y hasta espaciales por ellos construidas a través del tiempo.
Muchos asentamientos tienen características rurales en términos de la imagen de su espacio construido, pero su población vive del trabajo en la industria, el comercio o esferas de servicios de los centros urbanos que los circundan, no de la producción agropecuaria o de la pesca, como antes. Su ser social discurre básicamente en lugares de relaciones secundarias propias de las áreas urbanas y de alguna manera eso modifica sus estructuras sociales y culturales.