Desde principios de año vengo advirtiendo el avance en Europa de los partidos políticos de extrema derecha – xenófobos y populistas – frente a los partidos tradicionales europeístas. Ese avance de la derecha tiene su origen y epicentro en un asunto que nadie quiere hablar: la inmigración de los africanos hacia los países europeos y el trasvase de los rumanos y búlgaros – que son miembros de la comunidad europea – que se mueven desde esos dos países hacia otros dentro de la Unión Europea, compuesta por 28 países.
El movimiento derechista se propaga como verdolaga por toda Europa.
Tres líderes derechistas se destacan en el liderazgo. Primero, Marine Le Pen en Francia con su Frente Nacional; el segundo, Greert Wilders en Holanda con el Partido de la Libertad, y tercero, Nigel Farage del Reino Unido con su Partido de la Independencia.
Así las cosas, ahora se destapa en Alemania un movimiento ultra derecha que se llama Pegida (el acrónimo de Europeos Patriotas contra la Islamización de Occidente). Es un movimiento salido de la nada que tiene inquieto a todo el mundo. Llevan nueve semanas desfilando por las calles de Dresde, para protestar por lo que consideran la generosidad con los refugiados, los abusos de los inmigrantes con el Estado de bienestar, en fin, según dicen ellos, “una amenaza al mundo cristiano”.
Lo que comenzó como una protesta de pocos, ahora se ha convertido en miles que desfilan semanalmente. El movimiento amenaza con contagiar otras metrópolis. La Canciller, Angela Merkel, ha confesado que está observando el movimiento con máxima preocupación. Dice que “en Alemania hay libertad de manifestación, pero no hay espacio para campaña de difamación y calumnias contra los que vienen de otros países”.
El movimiento tiene una característica muy particular, desfilan los lunes, y se parece a aquel movimiento que se formó en septiembre de 1989 en Leipzig, que dio a traste pocos meses después con la caída del Muro de Berlín. El asunto es sumamente complejo, pues muchos se unen temerosos de que los islámicos extranjeros les arrebaten sus trabajos, costumbres y acaben con su identidad nacional; otros se suman, por xenofobia pura. El creador y líder del movimiento es un personaje turbio, Lutz Bachmann, que ha tenido problemas con la justicia por tráfico de drogas, robo y violencia.
La verdad es que la repulsa de los países de la cultura occidental cristiana contra todo lo que represente el islamismo se viene acentuando no sólo desde el ataque a las Torres Gemelas en New York del 11 de Septiembre del 2001, sino también, por la aparición este año del nuevo grupo terrorista declarando un nuevo estado Islámico (Califato) en tierra de Siria e Iraq.
Por ejemplo, lo acontecido esta semana en un Café en Sidney, Australia, y ahora, un atentado en el noroeste de Pakistán perpetrado por los Talibanes a una escuela primaria de niños -hijos de militares-, donde hicieron detonar bombas que se llevó de encuentro más de 140 niños e hirieron centenares, acentúa la repulsa de los países occidentales hacia esa región y su religión predominante.
Todo eso aunque no se quiera conectar – y mucho menos hablar – trae al ánimo de los habitantes de los países de occidente la creación espontánea de unos sentimientos de hostilidad a todo lo que representa esa región. La comunidad de países de cultura occidental, están realmente harta de tanta violencia que se genera en nombre de Alá.
El problema de los inmigrantes se ha convertido en un problema mundial pero con diferentes matices y comprensión según sea el caso, por ejemplo, no es lo mismo el problema de los inmigrantes latinos en los EE UU que el problema de los haitianos en la República Dominicana, para mencionar dos casos que atañen aquí.
Los latinos en América traen consigo sus costumbres y tradiciones pero son extranjeros que aportan casi de inmediato al desarrollo de la nación americana, pues se integran con facilidad a las costumbres y valores de la gran nación del norte.
En contraste, los inmigrantes haitianos hacia República Dominicana traen insalubridad, se tragan un por ciento grande de los escasos programas sociales, no dejan subir los salarios, no pagan casi nada de impuestos y definitivamente esa inmigración aporta poco al desarrollo nacional. En EE UU, la inmigración suma, en República Dominicana resta.
Y como decía el inolvidable actor mexicano Mario Moreno, Cantinflas, ”Ahí está el detalle”.