La delincuencia en la República Dominicana se ha desbordado hasta el terror. Las personas que transitan por las calles o descansan en sus hogares viven en un estado de inseguridad y temor. La reacción de las autoridades ante el clamor de la población ha sido desplegar la fuerza del orden público para intensificar la represión contra la delincuencia, medida que reduce por momento la capacidad operativa de los malhechores. Estos se recogen un poco temporalmente, ganan tiempo, se reorganizan y luego reaparecen con mayor saña y contundencia.
Históricamente hemos visto la delincuencia solo como una cuestión de fuerza, cuando debe ser vista como un problema social. El tratamiento frontal y represivo de la delincuencia solo es una parte del abordaje del problema. Lanzar más policías y guardias a las calles, con mejores armas y mayor capacidad de movilización, simplemente amortigua de forma momentánea la delincuencia, un grave problema social amenazante y destructivo que mantiene sus ramificaciones y su fuerza.
Los actos hostiles, crueles, violentos e impregnados de barbarie e indolencia que derivan de la delincuencia son una realidad que desconcierta y espanta. Tendemos a limitar la compresión de este monstruo social a comportamientos individuales, encarnados en personas aisladas como si solo se tratara de voluntades particulares que han decidido cometer crímenes y tropelías por el solo hecho de imponer el imperio de la maldad. Esta no es la comprensión más acabada del problema de la delincuencia.
Tenemos que abocarnos a una compresión más integral y amplia de las causas que generan la delincuencia en nuestro país, lo que implica integrar una diversidad de programas que tienen que ver con la formación y la educación ciudadana. Se trata de programas que tengan como objetivo atacar las causas estructurales que propician la delincuencia. Programas que nos involucren a todos y que contemplen un acercamiento y una mejor compresión de la delincuencia de parte de quienes no hemos sido señalados como delincuentes.
Abordar la delincuencia de manera directa, frontal y combativa es el tratamiento que tiene el costo social más bajo para enfrentar el problema, pero es al mismo tiempo el menos duradero y seguro. Existe otro tratamiento más caro y efectivo que tiene un costo social y político más elevado, pero que siempre ha sido prorrogado o ignorado. La delincuencia es problema social y humano que nos perturba y nos afecta a todos, su abordaje en la búsqueda de soluciones tiene que involucrarnos a todos.
Mientras más amplio y accesible es el espacio para una persona integrarse a una vida social digna y decente, a través de los mecanismos que debe propiciar la estructura social, menos son las posibilidades que tiene de caer en la delincuencia.
Ese espacio social de oportunidades, de participación y desarrollo personal y humano, regularmente lo manejamos nosotros, quienes no estamos señalados como delincuentes, por lo que somos nosotros los responsables de abrir ese espacio. Cuando lo cerramos, cuando lo convertimos en un cerco demarcado por la miseria, la desigualdad y la exclusión, simplemente debemos reconocer que estamos generando la delincuencia que nos asalta, nos ataca y nos quita la paz. Cuando el cerco social se enfatiza con la raya que marca la fuerza (guardias y policías), entonces la rabia y la impotencia generan más violencia que se expresa a través de actos delictivos que nosotros llamamos antisociales.
El delincuente que se persigue y reprime es el joven con menos oportunidad para estudiar, para alimentarse, para recrearse y formarse de manera segura y saludable. Quienes no estamos señalados como delincuentes vivimos en una sociedad que tiene la ley, la fuerza de los medios, los mecanismos de represión y control, la justificación moral y social para exigir paz y disfrutarla en condiciones de vidas holgadas y con promisorias expectativas.
Estamos llamados desde nuestros diferentes espacios a desarrollar una cultura de participación, de acercamiento social. Si los que están arriba no están dispuestos a compartir parte de su bienestar con los que están abajo, los que están abajo se tomarán todos los riesgos por compartir su malestar y su desgracia con quienes están arriba.
La delincuencia dominicana solo será superable si nos abocamos a comprenderla, si pagamos con el tributo de mejores niveles de equidad el costo social de la paz, si hacemos compromisos solidarios con la vida en su más amplio sentido y si hacemos los cambios que se necesitan para hacer posible la convivencia de todos. La delincuencia no es un problema de “ellos”. Es un problema de todos.