Un artículo del New York Times, del pasado viernes, produce conmoción a cualquiera que ame la democracia como posiblemente el mayor logro de la civilización humana. Ya que encarna los mayores principios de la convivencia y la gobernabilidad. Y ha permitido el surgimiento de las instituciones y los procesos que hacen posible la ciencia, acopio e instrumentalización del saber acumulado por la humanidad, puesta al servicio de las mayorías, y de todo el planeta.
Al menos en esta parte del mundo que llamamos Occidente, estamos conscientes del valor de la democracia y la convivencia civilizada, que significan mucho más que la mera permisividad y el medalaganerismo egoísta, irresponsable e irrespetuoso, que amenazan la paz de nuestras comunidades y hogares; especialmente, por la permisividad que ha emanado de malas, peligrosas o riesgosas interpretaciones de los derechos individuales, de géneros o grupos que supuestamente parten de los principios democráticos; especialmente, cuando no se mira hacia los efectos que el ejercicio de esos reales o supuestos derechos provocan a los valores y principios mayores de la paz y la convivencia; y sobre todo, a la conducción idónea de nuestros países.
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El caso estadounidense muestra muy a menudo una escena deprimente y patética. Eso que todos vimos décadas atrás en universidades de California y Nueva York, unos niveles de permisividad y liberalidad que entonces se catalogaban como “cosas de juventud”, como conductas inofensivas respecto a la estabilidad del sistema social y político; a la larga pareciera que han devenido en un abandono no programado de las responsabilidades civiles por parte de muchos ciudadanos, incluso de otros países; en los cuales, los Estados Unidos, más que en el suyo propio, pretenden fomentar la “participación ciudadana” , mediante agencias y agendas que también suelen promover comportamientos de muy dudoso aporte a nuestras naciones subdesarrolladas.
Mientras en el suyo, juventudes desorientadas, sonámbulas y aturdidas deambulan como zombis por los parques que alguna vez fueron el escenario de gloriosas proclamas libertarias que marcaron el rumbo de la humanidad.
El espectáculo más triste: unas elecciones en las que muy pocos electores apenas tienen la posibilidad de escoger entre un par de ancianos con problemas de salud y de moral, y quién sabe de qué otras cosas, no menos preocupantes y deprimentes.
Porque, estemos claros: muchos de nosotros somos admiradores y amantes de los Estados Unidos; siendo niños aterrizamos en la civilización y en el futuro a través de Hollywood. Y también hemos compartido y celebrado muchos de sus grandes logros.
El artículo de Damon Winter es uno de los más tristes que se puedan leer sobre EUA y el mundo actual. La democracia americana, el portentoso pilar de la civilización y el porvenir, padece debilidades y amenazas internas mientras el mundo confronta peligrosos conflictos entre poderes e intereses de grandes naciones. Peligrosamente, los EUA nos muestran una ciudadanía enajenada respecto a los conflictos mundiales, y paralizada, sin interés ni entrenamiento para participar siquiera en procesos básicos de su propia gobernanza. De Tocqueville y los Founders Fathers estarían llorando.