Más de 300 millones de personas en el mundo padecen de depresión, según la OMS. 4 de cada 10 personas puede que padezcan de depresión en alguna etapa de su vida. Afecta más a los jóvenes, las mujeres y los adultos mayores.
La depresión es la segunda causa de discapacidad después de las enfermedades cardiovasculares; sin embargo, la tendencia es que, para los próximos años será la primera causa. Además, la depresión representa la primera causa de baja productividad, bajo desempeño, falta de propósito en la vida y de infelicidad y de sentido de minusvalía en las personas.
Los cambios de estado de ánimo, sensación de vacío, desmotivación, tristeza, apatía, irritabilidad, dificultad para dormir, o incapacidad para alegrarse son síntomas que identifican la depresión cuando pasan de diez días o dos semanas de duración. Sin embargo, otros síntomas como ansiedad, perdida del deseo sexual, pérdida de peso, soledad, pensamientos catastróficos o ideas suicidas o intento de suicidio, forman parte de la depresión mayor.
Los factores o causas que favorecen a los episodios depresivos son multifactorial: cambios químicos en los neurotransmisores cerebrales: serotonina, epinefrina, dopamina y catecolamina; además, existen factores psicológicos, emocionales y psicosociales, que influyen en los episodios depresivos.
La presión social en los jóvenes, el desempleo, la visibilidad en las redes, la pobre capacidad para tolerar frustraciones o la falta de habilidades y destreza para gerenciar conflictos produce estrés, ansiedad y depresión.
En la mujer, los cambios hormonales, tiroides, estrés social, la carga familiar y las expectativas de vida no logradas puede ser uno de los factores de cambio de humor o de ánimo.
En los adultos mayores, la depresión puede originarse por el impacto de las enfermedades crónicas no transmisibles: diabetes, hipertensión, artritis, enfermedades neurológicas y psiquiátricas; además, soledad, duelos, cambios en el estilo de vida, desapego prolongado o maltrato psicoemocional.
Cientos de personas cursan con tristeza, desenfoque, cansancio, ausencia de proyecto de vida, aislamiento, desmotivación y desinterés por las cosas y no saben que eso se llama distimia: una depresión leve, pero crónica y de larga evolución, donde la persona parece funcional pero que no siente satisfacción o placer por lo que hace.
Es evidente que después de la pandemia, los cambios rápidos en nuestra cultura, el desapego, la crisis de los vínculos, el desafecto social, o la proliferación de la insensibilidad social; más el estrés y las crisis morales y de valores, conllevan a cuestionamiento, sentimientos de desesperanza, de indefensión y de culpa. El diagnóstico temprano en la depresión, los tratamientos psicofarmacológicos, psicoterapéuticos y el apoyo familiar y social, mejoran el pronóstico de la depresión.
La ayuda en el acompañamiento, la fiscalización en el uso de los antidepresivos, o ansiolíticos dan repuestas hacia la remisión de la enfermedad.
La comprensión, la empatía, mejorar la autoestima, confrontar los pensamientos rumiantes catastróficos o la victimización y duelos no resueltos o traumas psicoemocionales que han dejado huellas somáticas existenciales.
Todos tenemos la responsabilidad de conocer, sensibilizar y apoyar a las personas que padecen de la depresión y necesitan de una mano amiga y solidaria. La depresión no es de personas débiles, ni de falta de carácter, es una enfermedad médica que debe ser tratada y la persona que la padece debe ser comprendida y aceptada.