La disonancia de campanas sobre la seguridad ciudadana. Cuando representantes de la prensa en general acuden a los barrios al encuentro con la franqueza y la confianza que inspiran a los moradores, suelen describir después una dura realidad por la intensidad de una delincuencia que al decir poco creíble de autoridades ha estado en retroceso.
La enumeración con detalles de las embestidas descritas directamente por los agraviados demuestra que el pueblo llano está, como antes, a la defensiva; que los hurtos y asaltos no han salido de espacios y que las guerras particulares entre pandilleros generan sucesivas víctimas mortales que no hacen reaccionar a la Policía con activación de operaciones ni reportes de alarma y advertencia sobre este tipo de violencia que con frecuencia pone en la trayectoria de las balas a personas ajenas a las discordias del bajo mundo incluyendo niños y amas de casa.
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La Policía, en los hechos, no es una eficiente registradora de sucesos y atentados a bienes ciudadanos y vidas en la marginalidad social. Su presencia en muchos y poblados laberintos de la pobreza sigue siendo escasa por falta de destacamentos y patrullas cuya calidad de servicios a los moradores es baja y no responde a directrices eficientes.
Lo normal es que los afectados por la delincuencia ni siquiera se ocupen de reportar muchos de los daños que les causa la delincuencia motorizada e impune. La desconexión de comunidades con guardianes de la ley prosigue. La gente dista de sentirse segura.