La doble moral gringa sobre Haití

La doble moral gringa sobre Haití

Hace casi cuatro años, cuando la entonces canciller Hillary Clinton felicitó a los haitianos por el aniversario de su independencia y recordó la fortaleza del liderazgo de Toussaint y Dessalines, como si más recientemente no hubiera ninguna otra heroicidad digna de recordar que no sea cómo han sobrevivido al terremoto y el cólera, comenté sobre la ambivalencia gringa ante las dos naciones de esta isla.

Washington mantiene una política incongruente que no ayuda mucho a ninguna de las tres partes. Mientras los dominicanos hemos logrado construir un país donde hay una tradición democrática de casi medio siglo, con crecimiento económico sostenido bajo gobiernos de tres distintos partidos, con un sector privado pujante, una clase media creciente e instituciones que pudieran mejorar pero comoquiera existen, Haití se disuelve corroída por la indolente ineficiencia de todos los haitianos, ricos y pobres.

Todos los sambenitos que Washington endilga a los dominicanos, desde nuestra notoria corrupción, que incluye cohechos y malversaciones, hasta el tráfico humano de indocumentados, pasando por el auge del narcotráfico y la incompetencia de la mayoría de los políticos, quedan reducidos a minucias cuando se les compara con lo que ocurre en Haití.

Allá se imposibilita desembolsar las pocas ayudas filantrópicas de naciones o instituciones porque no hay suficientes entidades para administrarlas, y las que hay –gubernamentales o privadas- no son de mucho fiar. Si aquí hay tráfico humano, sin dudas se origina allá en el caso de la inmigración ilegal. Si aquí hay narcotráfico, gran parte está ligado al descontrol del territorio haitiano, donde hay regiones enteras sin autoridad de ningún tipo. Si nos quejamos por cuán malos son nuestros políticos y partidos, sólo hay que compararlos con los haitianos para sentirnos menos mal. Nada malo que tengamos aquí es mejor allá.

Pero hay una condescendencia humillante de parte de Washington hacia Haití. Toussaint y Dessalines, de haber tenido que bregar con doña Hillary, seguramente habrían hecho lo mismo que hicieron con todos los blancos de Haití, pasarla por el machete.

Para salvar a Haití la comunidad internacional debe abandonar su empeño de tratar ese territorio como si fuese un Estado viable. Los Estados Unidos, Francia, Canadá y otros países endeudados moralmente con Haití, necesitan reconocer que eso colapsó. Meterle sueros a un cadáver no lo revive. Haití necesita ser reinventado, no endosado a los dominicanos, para salvarlo de sí mismo.

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