Recordando a Manuel del Cabral y a Marcio Veloz Maggiolo.
La dominicanidad se caracteriza a través de los años como una aguda señal de identidad en el concierto de un conjunto de características que desde una perspectiva de movilidad intensifica su marca país.
Cuando llegamos a República Dominicana a finales de los setenta dos manifestaciones nos impresionaron: la expresión de la fe mariana con pasión y afecto a las vírgenes de las Mercedes, del Carmen y la sublime excepción a la Altagracia con un carácter de motivación que me recordaban las romerías españolas de Andalucía y de Extremadura.
El clamor por la fe católica se expresaba con un recogimiento digno de una procesión conducida por el silencio y la concentración espiritual de los años austeros de la Inquisición.
El ritmo de los y las profesantes emitía una concentración espiritual que solo habíamos conocido en nuestra niñez, la devoción, la ritualidad en el culto nos confirmó que la isla soñada por Sancho Panza había llegado al trópico.
Nuevos asombros se manifestaron gracias a Fradique Lizardo y Yune Rosenberg, quienes -en sus investigaciones de terreno en el ingenio Palavé y otros puntos de la cultura cañera- evidenciaban una realidad sociocultural que revelaban realidades de tierra adentro que presentaban la perspectiva de la diversidad del contexto sincrético y mágico-religioso.
Pero, no bastaba con conocer e identificar los instrumentos musicales, detrás de cada uno de ellos había que buscar una historia… y nos encontramos con un grupo de intelectuales investigadores y etnógrafos que nos abrieron el abanico plural del referente cultural, entre ellos Marcio Veloz Maggiolo, cuyo estudio de su legado literario es fundamental para toda investigación antropológica y cultural de la sociedad dominicana, todas las sutilezas de la complejidad de identidad se pueden analizar y canalizar en su obra literaria sobre todo en “Biografía difusa de Sombra Castañeda”.
Me apasioné y poco a poco tenía frente a mi un potencial inmenso de elementos de cultura e identidad que compiten con todas las sociedades del Caribe y que aportan elementos necesarios para un conocimiento responsable fuera de prejuicios y clichés.
Cuando me seguían diciendo que los dominicanos no tienen identidad, mis investigaciones de terreno me permitieron llevar una voz rectificadora que pudiera explicar y extender la idea de la identidad dominicana .
La dominicanidad tiene la riqueza de una variación sutil en su definición humana.
Las variaciones son identificables en todas las comunidades culturales de la nación.
Por ejemplos, la comunidad sirio-libanesa que trajo a esta tierra una gran sentido del trabajo, del comercio y de la gastronomía y también en el campo cultural y político a partir de los principios del siglo veinte cuando llegaron del Líbano y Palestina formando una comunidad católica maronita que se integró contribuyendo al crecimiento de la nación como también lo hicieron los españoles con ese mismo sello de esfuerzo y trabajo que fueron abriendo las puertas del desarrollo y de la integración al mundo.
Españoles, contribuyentes a la democracia y a la libertad como lo manifestaron los grupos de republicanos que se exiliaron en esta tierra a partir de los 40 del siglo pasado.
República Dominicana, desde una perspectiva geopolítica y humana, abrió las puertas de la globalización antes que nadie. En esta tierra desembarcaron y llegaron hombres y mujeres de todos los continentes, y aquí no podemos dejar de lado la comunidad asiática en su conjunto que identificamos hoy en sus aportes socioeconómicos y culturales cuyos hijos y descendientes han abierto las mejores relaciones con Asia.
La dominicanidad es tierra adentro con todo un abanico plural de grupos humanos, de identidades, cultos y orígenes que transmiten una fusión cultural abierta que encontramos en la transversalidad por identidades que conviven en una misma sociedad, variaciones que encontramos en la música , en la pintura, en la literatura, con una fuerza de creatividad e inventiva aplaudida en todos los escenarios del mundo.
Pocos artistas del Caribe son y han sido aplaudidos como Johnny Ventura y Juan Luis Guerra, pero también Xiomara Fortuna en el género de la fusión, y cómo no llenarse de orgullo con el jazzista Michael Camilo, un gran renovador del jazz internacional.
La dominicanidad de orilla a orilla puede estar orgullosa de sus nativos que en sus destinos migratorios no dejaron de solidarizarse con el país, creando dinámicas de identidad en Estados Unidos, Europa y Asia, dejando huellas en la literatura universal como Julia Álvarez, Junot Díaz, Rita Indiana, y que con tantos gestores culturales dominicanos en España y Estados Unidos Y Canadá, ponen a brillar el sello de identidad nacional.
Diciendo todo esto, nos parece fundamental que la dominicanidad se divulgue a nivel nacional con criterios pedagógicos y educativos donde se entienda que la marca país está presente en el mundo global del siglo 21.
Creemos con profundidad en el concepto “país”, concepto de pertenencia a una tierra, a una geografía en el mundo, a una historia en el mundo, por eso nos parece importantísimo la “ apropiación de la marca país”, una marca que se inscriba en un mundo donde la “dominicanidad” se entienda y perciba como un valor imprescindible dentro de las Américas y una valoración que le da al Caribe uno de los ejemplos mayores del desarrollo de una nación libre y soberana modelo para toda la región, y que esto se haga con el mayor sentido de la cooperación internacional como bien se está conduciendo.
LLegué a la isla con un sentimiento de “Trópico Escondido” que revelé en mi poemario de 1986, con este mismo nombre y para ustedes un extracto del prólogo.
“Llevaba en mi ese trópico desde que pisé tierra, .aquí encontré la civilización botánica, orgánica, vital, esencial… Decidí quedarme tres años una primera vez, dos años por segunda vez, y volver a esta tierra embalsada y reírme de la historia, darle rabia a Cristóbal Colón, pues él no soporta que yo haya viajado más veces que él a esta isla, y eso yo creo que no me lo va a perdonar jamás…”