La economía de la fe

La economía de la fe

Rafael Acevedo Pérez

El peor drama que pueden y suelen vivir los humanos es la dispersión. Nuestros padres solían referirse a alguien diciendo que era “un disoluto”.

También se decía: Ese tipo es un per-verso o per-vertido. O sea, alguien que vertió o vertía su persona en acciones incorrectas. Ciertos “organismos” (¿?) tratan de eliminar estos términos del vocabulario y están dando licencias para que cualquiera sea tan licencioso como lo desee, y hasta eso suele ser hiper-permitido en los nuevos cánones y criterios de lo que pretender llamar “la nueva condición humana”; según la cual estos “orgasmismos” pretenden otorgar libertad absoluta de diversión, perversión y dispersión del ser humano y su modo de ser y conducirse.

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Lo más peligroso de estas novedosas tendencias es que mientras una o acaso la mayor de las necesidades de los humanos sea la de encontrarse a sí mismos, descubrir su “vocación”, su destino o camino, estas entidades están desarrollando rutas y opciones hacia la total dispersión de la conducta humana, hacia la disolución de la identidad individual y colectiva de individuos, pueblos y naciones.

El plan, en definitiva, sería el camino diverso y perverso hacia una condición humana que, luego de la disolución, licuefacción, homogenización total, permita una “singularidad” de zombis: “…lo mío es tuyo, lo tuyo es mío; toda la sangre… formando un río. (Guillén). Que luego sería controlado por la inteligencia artificial (IA), dirigida por los amos de la “nueva humanidad”.

De hecho, cualquiera forma de dispersión de la conducta humana ha sido combatida o controlada, o vigilada en todos los pueblos y naciones. Todas las leyes y normas, escritas o no, se tratan de eso. Todos los pueblos y civilizaciones han utilizado la opinión pública, la crítica, la burla y el desprecio, y hasta el chisme, son mecanismos de control social.

En el plano individual, la dispersión conductual suele llevar a las sanciones y en ocasiones a la locura y hasta a perder la libertad y la vida.

De todos los caminos y mecanismos de controlar y encausar la conducta individual y colectiva están los mecanismos de socialización, es decir, los que nos enseñan a ser socialmente correctos, aceptables. Esto ocurre así en el hogar, en la escuela y en casi cualquier actividad o interacción social; y cuando estos mecanismos de control social no bastan, las leyes y los agentes del orden público tratan de hacer lo que falta.

Pero el hombre de nuestro tiempo pareciera estar inclinado a formas de diversión y dispersión excesivamente riesgosas. Y al mismo tiempo, está siendo confrontado con una creciente oferta de opciones de dispersión.

Un niño no se reconoce a sí mismo en el espejo hasta pasado el primer año de vida. Y, como dijo alguien, podría transcurrir toda su vida sin saber quién en realidad es, ni mucho menos quien quiere ser.

La patria, la familia, los amigos, el barrio o el pueblo suelen ser las primeras y principales referencias para auto-identificarse, para empezar a saber quién, individual y colectivamente, uno es, quienes somos.