Todos los seres humanos nacemos con diversas y múltiples capacidades que vamos desarrollando y perfeccionando con el tiempo y con nuestros aciertos y desaciertos, las experiencias que nos entrega la vida sin dudas son de gran valía.
Parte de nuestros escollos y logros lo debemos a ello, a la puesta en práctica y a la forma en como incorporamos a la cotidianidad las llamadas habilidades blandas:
La escucha activa, el asertividad, la empatía, son habilidades cognitivas y comunicativas que, al ejercitarlas, son como un músculo “cambian radicalmente nuestra manera de ver el mundo, el entorno que nos rodea y el de las personas con quienes interactuamos”.
De todas las habilidades la empatía es la habilidad reina.
¿Cuántos problemas nos ahorraríamos si tan solo nos pusiéramos en el lugar de la otra persona?, si nos permitiéramos preguntar o conocer que le está sucediendo a esta persona, o pensar en ¿Cómo nuestra acción o palabra, podría afectarle?
Desafortunadamente muchos de nosotros no hemos tenido un espacio en la casa o en la escuela dedicado al aprendizaje de las habilidades blandas.
Nuestras escuelas fundamentalmente se concentran en el desarrollo de contenidos, dejando de lado en muchas ocasiones el desarrollo de escenarios para el aprendizaje social y emocional tan importantes en todas las etapas de la vida.
No le damos el valor justo a la importancia que tiene que los niños y las niñas aprendan a expresar lo que están sintiendo, a pensando en forma respetuosa, a tomando en consideración a los demás; y más aún, aprender a validar y pensar siempre desde el lugar y el espacio de la otra persona.
Practicar la empatía en cada acción y palabra que evoquemos en nuestros días sería un ejercicio maravilloso. Que llevadero sería nuestro devenir personal, profesional y social si lográsemos incorporar la empatía a la cotidianidad y que estuviera tan integrado en nuestro accionar, que fuese casi automático.
Podemos cada día trabajar en ello y hacernos ese regalo.