Si algo caracteriza al Siglo XXI es la hiperdifusión de mensajes. Cada segundo que transcurre, las audiencias reciben más y más mensajes. La creatividad no cesa en buscar nuevos y más efectivos medios para elaborar y amplificar mensajes políticos, publicitarios, corporativos, periodísticos, sindicales, judiciales, legislativos, etc.
En pocas palabras, la época actual representa la dictadura del mensaje, ya que el mismo se encuentra por doquier, tratando de influenciar el pensamiento, las decisiones, las actitudes, las actuaciones y las opiniones de los ciudadanos. La reputación, la credibilidad, la confianza y la buena imagen pública no se construyen y posicionan con mensajes falsos.
En la época actual, son muchos los políticos, los empresarios, los funcionarios públicos, los profesionales, los religiosos y los sindicalistas que se amparan en la producción y difusión de mensajes auditivos, gráficos, audiovisuales, publicitarios, cibernéticos, educativos, culturales y de entretenimiento, pretendiendo con ello mentir, manipular la realidad y fabricar percepciones favorables a sus intereses. Para algunos, el siglo XXI es la dictadura del mensaje intencionado, ya que con el mismo de busca inducir y controlar el comportamiento social y político de las audiencias.
Nunca como ahora, los gobiernos, las empresas, las instituciones y las marcas habían puesto tanta atención a los contenidos y forma del mensaje.
Se ha demostrado que un porcentaje importante de la toma de decisiones y actuaciones de las personas dependen de los miles y miles de mensajes que diariamente reciben de los entornos políticos, comerciales e ideológicos.
Hoy, los estilos de vida y de convivencia humana están mediatizados por la forma y contenido de los mensajes. Es decir, la función esencial del mensaje es la de sustentar la posverdad.