Estos tiempos nos han impuesto un ritmo de vida acelerado, vamos corriendo de un lado para otro, la rapidez nos ha llevado a la desesperación. Deseamos que todas nuestras actividades sean realizadas en el menor tiempo posible, pudiéramos llamarle la era de la prisa. En ocasiones la falta de tiempo y el exceso de compromisos nos convierte en pedantes y arrogantes, pues todo lo queremos en tiempo récord.
Es importante reconocer que ir de prisa no necesariamente nos hace ganar tiempo, si reflexionamos sobre este ritmo de vida acelerado surgirían las siguientes interrogantes: ¿Vale la pena los riesgos que tomamos? ¿Qué pasa si atropellamos a alguien por la rapidez? ¿Cómo afecta mi salud el estrés? ¿Al final del día el ir de prisa me ayudo a conquistar algo diferente?
La «prontomania», lo quiero ya y ahora, va cada vez tomando más seguidores, un vivo ejemplo lo tenemos a diario en las diferentes oficinas de servicios, donde cada uno demanda respuestas inmediatas y automáticas. La prisa nos conduce al mal humor, no tenemos tiempo para brindar o disfrutar una sonrisa, lo que nos lleva a dar respuestas incomodas y a estropear nuestras relaciones con los demás.
Las personas que andan de prisa suelen hablar acelerado, piensan y actúan rápidamente, andan buscando cada día romper su propio récord, lograr hacer más en menos tiempo.
También existe la prisa simulada, algunos individuos entienden que exhibir y exigir rapidez a los demás los hace ver como alguien importante, que está ocupado todo el tiempo, ignorando que esto puede ser entendido como una mala administración del tiempo.
Mucha gente ha hecho de la prisa un estilo de vida, el estrés y la ansiedad les impiden disfrutar del ocio y relajación, ven esto como una pérdida de tiempo.
Manejar altos niveles de estrés es letal para nuestra salud.
Sería bueno que nos preguntáramos: ¿Que satisfacción hay en hacer todo de prisa? ¿Hay algún nivel de disfrute en hacerlo todo corriendo?
Es importante tomar en cuenta las siguientes recomendaciones:
Aprender a priorizar y a distinguir lo urgente de lo importante, esto va a depender del valor que le demos a cada cosa, lo que es urgente para uno no necesariamente lo es para el otro.
Organice y planifique su día por orden de importancia.
Establezca un horario previo para cada una de sus actividades.
Limite la cantidad de compromisos y responsabilidades, esto le permitirá organizar su agenda de una forma equilibrada.
Dedíquese tiempo, haga actividades que disfrute y que le relajen, donde puedas liberar el estrés cotidiano. Desconéctese.
Recuerde que no estás obligado a contestar todos los mensajes que recibas en las redes sociales y sistema de mensajerías de forma inmediata, la mayoría de estos mensajes no son necesariamente urgente, usted tiene la potestad de contestar o no en el tiempo que lo considere adecuado.
Libérese de este sentimiento de urgencia, este patrón de comportamiento de querer siempre hacer más y más puede llevarte a un ciclo vicioso adictivo.
Relájese, regálese un día de no hacer nada, libre de compromisos, dedíquese a estar tranquilo.
Deje de almorzar frente al escritorio, al mismo tiempo que hablas por teléfono, y das instrucciones en el trabajo.
Hacer muchas cosas y ser multitasking puede ser una ventaja, pero hacer de esto una práctica constante puede convertirse en la enfermedad de la prisa.
Cada quien tiene la libertad de elegir el ritmo con el que quiere vivir, pero a pesar de esto es importante reconocer que la prisa no puede ser siempre nuestra compañera para cada actividad, debemos entender que a veces es necesario reducir la velocidad, pare, respire.
Busque el equilibrio entre sus responsabilidades, disminuya la velocidad, disfrute los pequeños detalles. Recuerda que la vida también pide calma. La autora es psicóloga y educadora.