La escolaridad de los pueblos

La escolaridad de los pueblos

Virgilio M. Malagón Álvarez

El transitar de la escolaridad de nuestro país cumple con la máxima criolla de ¨Asigún el Maco, la piedra¨.

Nuestro ¨Maco¨ ha sido la falta de competencias intuitivas e inquisitorias sobre el avance de las ciencias sociales y también de aquellas  que rozan las fronteras del conocimiento científico puro.

La ¨Piedra¨ lo ha constituido las transiciones abruptas y asincrónicas de nuestros modelos educativos.

Mirando hacia atrás, el proyecto pedagógico de Eugenio María de Hostos era educar al ciudadano de manera que este lograra su desarrollo y  su plena realización, en armonía con la situación actual de su sociedad, especialmente  los de hispano-américa.

La educación quedaba constituida como el factor del progreso; la encargada de facilitar el desarrollo humano, no solo como una función natural de la vida, sino también un deber que se le imponía a las sociedades.

 Educando al individuo, la conciencia social afloraría, puesto que el hombre llevaba en si la condición genética que haría posible una convivencia armónica fundamentada en la libertad del pensamiento crítico y constructivo.

De ahí que, uno de los objetivos de la educación Hostosiana es el dominio del uso de  las lenguas vivas sobre las muertas. Además, el conocimiento de  las llamadas Ciencias Positivas tiene por base el estudio de la naturaleza, tanto física como humana y constituye el marco de referencia  que logra despertar la inteligencia, mediante la enseñanza del pensamiento crítico. Se enseña al individuo a pensar e interpretar los fenómenos naturales de los cuales forma parte mediante el conocimiento e interpretación  de  sus leyes, llegando a dominar la naturaleza en beneficio de la colectividad induciendo los cambios necesarios para dominarla y transformarla.

En resumen: El fin último de la educación Hostosiana era formar  hombres en el completo sentido de la palabra a través del desarrollo de las potencialidades físicas, intelectuales y morales, unidos al valor máximo que caracterizaba la esencia humana: el sentimiento de la libertad.

A partir de 1985, la cultura de la lectura, que es el pilar de sostén para poder desarrollar el entendimiento objetivo e incisivo del acontecer nacional, se echó por la borda, al país adoptar esquemas de enseñanza ¨globalizantes¨ y sepultar el sistema Hostosiano de  enseñanza básica completa, con sus escuelas normales. Estas escuelas, desarrollaban el conocimiento crítico y constructivo del alumno; inclusive, el bachiller graduado podía enseñar hasta el séptimo grado de primaria. En otras palabras, la cantera y oferta de educadores estaba garantizada. Hoy día: ¡BURUNDANGA!

Lo anterior, se ha convertido en una cotidianeidad muy peligrosa, donde el afán de lucro es el nuevo paradigma de la juventud.

La laceración que se infligió a la educación básica dominicana no tiene perdón de Dios. Creó una estructura anquilosante  para la enseñanza superior. De ahí que, los estudiantes avanzan hacia ella con enormes lagunas en el dominio del lenguaje articulado y la capacidad cognoscitiva aplicada a  las ciencias naturales. Mas de una decena de pruebas PISA así lo demuestran.

Muchos centros de educación superior tienen que invertir ingentes recursos humanos y económicos para ¨nivelar¨  a estos ingresantes, proceso que puede durar hasta dos años. Esta precondición solo deja escasamente un par de años, mas o menos, para completar su compromiso curricular de la profesión. En casos excepcionales, este compromiso curricular puede extenderse de cuatro a seis años.

Oto aspecto que resulta altamente preocupante es la falta de retroalimentación entre los modelos educativos dominicanos y el entramado empresarial criollo. La transversalidad que debería existir entre la demanda y oferta de capacidades para la industria solo ha experimentado tímidas iniciativas auspiciadas por los gobiernos de nuestra sinuosa existencia republicana.

 Esta retroalimentación es de vital importancia para garantizar una fuerza laboral proactiva y eficiente. El Estado dominicano esta obligado a incentivar una actividad curricular que garantice la inserción del estudiantado dominicano al tren productivo nacional.

También, los centros de formación profesional deben de fomentar esta transversalidad acercándose, con una oferta de servicios de investigación, que incida  en aquellas áreas neurálgicas  del aparato productivo nacional. NO todo se le puede dejar al estado dominicano. La sindéresis y el sentido común deben prevalecer ante el gremialismo irracional y oportunista, que hoy todavía prevalece en nuestro sistema educativo nacional.

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