La fama exculpa

La fama exculpa

Eugenio Raúl Zaffaroni, abogado, juez y académico argentino

Propugnó por «la excepcional necesidad de dar muerte al delincuente»

Se convirtió en maestro de penalistas con sus reflexiones sobre el delito

Mientras bostezan los senadores, escuchando la lectura de los artículos del nuevo Código Penal, a nadie asusta ni preocupa el desconocimiento de la norma.
Esperando la promulgación, la práctica ha derogado el Código Penal vigente.

Los hechos demuestran que es innecesario su articulado y será innecesario el adefesio que venden como modernidad.
El texto que, dicen sus defensores, salvará la patria, es un acopio de penas interminables, de tipos penales mal redactados y equívocos conceptuales, aupados por la demagogia reformadora que no acepta contradictores.

El retorno a la justicia privada, el abandono de la función jurisdiccional del Estado, ocurre sin queja. Doctos y leguleyos están centrados en la persecución contra los imputados de crímenes y delitos contra la cosa pública, difundiendo el fin de la impunidad y los otros infractores se ufanan de su derecho a castigar.

A los iluminados, apóstoles de la ética, eso poco les importa porque también negocian sus culpas.
Entran y salen de los despachos independientes, aunque afecten la credibi- lidad de algunos estamentos. Tienen que demostrar su poderío y alardear de cuan sujetos a sus mandatos están algunos representantes del Ministerio Público y del Poder Judicial.

Cuando a Emanuel Herrera Batista- “El Alfa”- le impusieron un castigo no previsto en las leyes, porque insultó a la trilogía patriótica, lamentamos en este espacio el desacierto – “Desatino Institucional”-11.05.2015-.
Entonces, la autoridad fue vencida por la popularidad de “El Alfa”. Al “urbano” le ordenaron barrer la Plaza de la Bandera. La penitencia aumentó los seguidores del infractor. Antes, la complacencia había beneficiado al más que reincidente Omega.

Luego de la inmunidad adquirida y exhibida por “El Crock”, otro “artista urbano” que estuvo presente en la casa donde murió una menor y contra quien la fiscal a cargo del caso ninguna medida ha impuesto, presenciamos el espectáculo de barbarie escenificado por Luis Caonabo Mesa “Toxic Crow”.

Ya no se trata de aquel generalato invulnerable, cómplice y abusador, ni de las elites intocables que aplauden los apresamientos de exfuncionarios porque pretendieron competir con su impunidad de origen, ahora es la celebridad que dicta.

“Toxic Crow” castigó a un ciudadano después de decidir que es un ladrón. La acción está tipificada en el despreciado Código Penal. La vitoreada golpiza no reúne los elementos constitutivos de la legítima defensa y la fama no está prevista como eximente de responsabilidad.

Entre el populismo penal y las garantías extremas, afectamos el orden público. Es el “Derecho Penal Humano” de Eugenio Raúl Zaffaroni sin contexto y con leyes no acatadas, antes de derogarlas.

El respetado y carismático abogado, juez, académico, propugnó en una época por «la excepcional necesidad de dar muerte al delincuente». Transcurrió el tiempo y se convirtió en maestro de penalistas con sus reflexiones sobre el delito, el estado punitivo y la conmiseración penal.

Sus teorías coexisten aquí: la condena previa- muerte- para presuntos implicados y la excusa absolutoria para los que ejercen la venganza privada, incluyendo linchamientos, con respaldo popular. Cada vez son más frecuentes los casos. Y, sin obligación de releer a Bakunin, auguran anarquía.

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