La Feria del Libro debe ser repensada

La Feria del Libro debe ser repensada

La XVII Feria Internacional del libro resultó repetitiva y cansona, con pocas innovaciones, y a pesar de su lema, “Leer es nacer”, resultó poco alentadora frente al progresivo deterioro que, como fenómeno planetario, viene afectando a la palabra ante la presencia avasallante de la imagen y el sonido. Lo que fue una oportunidad para renovarse y relanzarse, devino en ocasión para duras e innumerables críticas que dan cuenta de lo insatisfactorio que resultó el llamado a ser el más relevante evento anual de nuestra cultura.

A la Feria del libro hay que verla en una conexión más trascendente, hay que pensarla como un espacio de acopio cultural, de afirmación colectiva, de suma de visiones para motivar, reflexionar y contribuir en todo su montaje, en el marco de un ambiente festivo y entusiasta, con una propuesta que apunte a liberarnos de este estado de banalización, trivialización y liviandad, desde el que se ve la vida como si fuera un carnaval para olvidar del todo sus puntos más trascendentes.

Hoy se habla de la musicalización de nuestra cultura. Nos referimos a una sociedad que ha sustituido la cultura que se cultiva a través de la formación intelectual, las artes y la literatura por la cultura del entretenimiento. La Feria del libro, sin convertirse en un espacio elitista o clasista, debe estar más comprometida con la reflexión y la elevación del espíritu.

La verdadera cultura, aquella que supera la banalidad y el entretenimiento pasajero, –advierte Vargas Llosa, en La civilización del espectáculo– “pretende trascender el tiempo presente, durar, seguir vivos en las generaciones futuras. Tolstoi, Thomas Mann, Joyce y Faulkner escribían libros que pretendían derrotar la muerte, sobrevivir a sus autores, seguir atrayendo y fascinado lectores en los tiempos futuros”. O como lo expresa Rosa Montero: “Los novelistas, escribanos incontinentes, disparamos y disparamos palabras sin cesar contra la muerte, como aquellos arqueros subidos a la almenas de un castillo en ruina” (La loca de la casa, pág. 31).

Aunque a la Feria del libro no podemos evaluarla solo a partir los libros que vendió, ni por la cantidad de personas que asistieron, resulta sintomático que las ventas de comestibles casi duplicara las ventas de material impreso.

La reacción del ministro de Cultura, José Antonio Rodríguez, anunciado la convocatoria de un escrutinio para redefinir o rencausar el más importante evento cultural del país, es saludable y atendible. Ojalá no se trate de un subterfugio del momento para salir del paso. Hacer un foro amplio para mejorar este evento es una iniciativa que debe asumirse con seriedad y rigor.

La Feria del libro es el encuentro cultural donde está supuesto a vibrar y a reflejarse con mayor intensidad y galanura el espíritu creativo y los valores que con mayor propiedad configuran el ser de esta nación. Y debería ser así porque es el punto donde convergen por cerca de dos semanas estudiantes de todos los niveles, profesores, profesionales de todas las áreas, personalidades, intelectuales nacionales y extranjeros, y donde el impulso creativo de nuestro pueblo encuentra un espacio para ser expuesto, evaluado y considerado con miras a contribuir con la reafirmación de nuestra identidad y la difusión de nuestros valores.

A la Feria del libro le falta un himno, una canción, un canto motivador que la identifique, que matice musicalmente su significado y sentido. Una canción grande que sea de buen gusto y resalte la dimensión nacional y cultural de este gran evento.

Debemos prepararnos para tener una feria del libro innovadora, atractiva, ligada efectivamente en su producción y montaje a los ejes estratégicos que sostienen la vida cultural y la identidad de nuestra nación. La Feria del libro no puede seguir siendo un evento para vender y comprar libros y las chucherías más variadas que se puedan concebir. Su impacto tiene que superar de forma palmaria la chercha y la vocinglería banal.

Publicaciones Relacionadas