Toda fortaleza se construye desde los cimientos para ser inexpugnable, es decir, que no se puede expugnar, que no se deja vencer ni persuadir. Fortaleza significa fuerza y vigor. Se define, teológicamente, como la virtud cardinal que confiere valor para soportar la adversidad y para resistir los peligros que rodean la práctica de la virtud.
El presidente Danilo Medina está dando una demostración de fortaleza política pocas veces vista en nuestra historia democrática. El pasado 25 de abril, a veinte días de las elecciones, la encuestadora Gallup-Hoy reiteró la favorabilidad hacia el candidato a la reelección presidencial, situándola en un insuperable 63% contra el 29% de su rival Luis Abinader, del PRM, coincidiendo con cifras similares dadas previamente por otras reputadas firmas internacionales.
¿Dónde estriba, pues, la fortaleza electoral del presidente Medina? Consideremos dos aspectos, el político y el personal: en el primero sobresalen su obra social de Gobierno amplia y profunda con bajos niveles de corrupción, aunque uno de cada tres electores, según Gallup-Hoy, percibe que ahora hay más corrupción; un partido de Gobierno forzadamente unificado tras el vaivén de la reforma constitucional; una poderosa alianza de 14 partidos, incluido el PRD institucional, pero sobre todo, debido a una oposición dividida, carente de liderazgo, sin propuestas alternativas y de baja intensidad demográfica.
En el plano personal, Medina es un mandatario preocupado por preservar los valores de la nacionalidad dominicana y el Estado de derecho, un gobernante humilde y popular, accesible, trabajador incansable, interesado en aplicar soluciones al drama de la pobreza ancestral y de la marginalidad social, un negociador respetuoso, amante de la justicia y la paz.
Por ende, no me sorprendería que Medina, un político que se preparó para llegar a Presidente, sea reelecto con más del 60% de los votos emitidos.