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Rafael Gamundi Cordero formó un “comité de guerra” para tumbar el triunvirato, que operaba en la Guácara Taína, del Mirador Sur. Murciélagos, rocas, ciempiés y estalactitas con sus filtraciones de agua les hacían compañía junto a José Francisco Peña Gómez, Napoleón Núñez y José Valé, que les armaba las ametralladoras y fusiles.
Bienvenido Sandoval, “que murió siendo peledeísta”, les preparó una emisora móvil clandestina que transmitía discursos de Peña Gómez, César Roque y él, “agitando permanentemente contra ese gobierno” surgido después que Bosch fue derrocado.
La vida de Rafa se desenvolvía en esa gruta a la que José Brea Peña enviaba pulpos, arenque, sardinas, galletas y otros enlatados con Abneris de Estévez, “que nos los dejaba en los troncos de los árboles”.
Este es otro capítulo poco conocido de la historia del incansable revolucionario. Sale a relucir en el movido periodo de su existencia que fue la destitución de Bosch, matizado por el relato de consejos y advertencias hechos al mandatario durante su breve Gobierno, consejos que este desestimó.
Porque “la Unión Cívica Nacional inició actividades hasta para impedir la toma de posesión”, exclama. “Le advertimos que era necesario movilizar al pueblo para garantizar que se respetaran los resultados de las elecciones”. Bosch se negó, revela.
La lista de acciones negativas del Presidente es inacabable en los relatos de Rafa Gamundi, quien revela sus supuestos fallos como gobernante.
Una comisión integrada por Rafael Molina Ureña, Miguel Soto, César Roque y Rafa visitó a Bosch para plantearle “reactivar el partido, movilizar las masas, crear un clima adecuado entre partido y Gobierno” y este, de manera rotunda reaccionó: “El PRD debe mantenerse congelado. El Gobierno está fuerte y no necesita que el partido lo defienda”.
Lamentó que Miolán, quien había dicho que Bosch debía rectificar su conducta, tuvo que irse a estudiar al extranjero, lo que, según narra Rafa, “había ocurrido también con Washington de Peña, enviado al África, aislándolo así del escenario político interno”.
Declara que mientras todo esto ocurría, la UCN y el neotrujillismo organizaban los llamados “mítines de reafirmación cristiana” donde conspiradores “insultaban y desafiaban al Gobierno y sus funcionarios”. Critica que muchos de estos golpistas ostenten hoy espléndidas calles y avenidas con sus nombres.
Después de emitir calificaciones sobre Bosch como mandatario y describir los errores en que incurrió, concluye con el Golpe de Estado. Bosch, apunta, “fracasó ante el partido y el pueblo en su intento de establecer una democracia con justicia social”.
“En la madrugada del 25 de septiembre de 1963, se produjo lo que parecía inevitable: el presidente Bosch, honesto, incorruptible, inteligente y democrático, aunque autoritario, individualista y rencoroso, fue depuesto mediante un Golpe de Estado de corte fascista…”.
Preparando la lucha armada. Rafa Gamundi y José Francisco Peña Gómez, secretario nacional de organización y secretario general interino del PRD, respectivamente, renunciaron a esas funciones dejando a Máximo Ares García (Pasito), Virgilio Mainardi Reyna y Pablo Rafael Casimiro Castro “operando en la legalidad” mientras ellos preparaban clandestinamente la lucha armada.
En la citada guarida del Mirador Sur se formó una especie de casa de Gobierno, un “Estado Mayor” en el que Peña Gómez instaló su despacho, con máquina de escribir y mimeógrafo. En otras áreas funcionaban las fábricas de armas y separaron también un pequeño estudio de grabación para destinar las cintas a la emisora clandestina que circulaba por el país en una camioneta llevando discursos contra el Triunvirato que pronunciaba Peña.
“Se mecanografiaban volantes de orientación al pueblo y se trazaban las directrices a las masas del PRD. Eran distribuidos mediante núcleos clandestinos en cada región”, cuenta Gamundi, quien no tuvo cargos en el efímero Gobierno boschista. “Me veían como una necesidad para defender y fortalecer el partido, la lucha popular”, explica.
Peña Gómez salía de la cueva en ocasiones, para entrevistarse con políticos y militares “y dormía donde doña Zaida Ginebra de Lovatón o donde Caonabo Naranjo”, pero pasaba el mayor tiempo en la Guácara, “escribiendo rápido a maquinilla, con dos dedos”.
A las armas fabricadas allí se agregaron otras que llevó José Eligio Bautista Linares (Mamellón), “que vivía en la Diagonal Segunda del ensanche Luperón, y cinco ametralladoras que yo compré con el resultado de la venta de un carro Mazda”. Fueron adquiridas en la frontera con Haití. Le dieron por el vehículo cinco “Fal” y 700 pesos.
El plan, explica, “era tumbar al Gobierno militarmente”.
Mientras tanto, Miolán, fue expulsado del PRD “por intentar ir a unas elecciones con Donald Reid Cabral. Él entendía que eso era lo correcto”.
Con abundancia de pormenores, Rafa relata la sorpresiva explosión que se produjo en el kilómetro nueve de la carretera Sánchez, que también “era un lugar de conspiración”, donde vivían Nassim Hued y su esposa Ramonita. Allí se reunían dirigentes y diputados del Gobierno derrocado.
Una noche de reunión, Napoleón Núñez confundió un vehículo privado con la policía y gritó “¡Belisario!”. Se produjo una estampida en la que quedó atrapado entre dos rocas Joaquín Basanta, entonces esposo de Milagros Ortiz Bosch, que según recuerda Rafa clamaba: “¡Milagros, no me abandonés!”. Era argentino.
Basanta tenía en un camino vecinal un pequeño cuarto con ametralladoras 50, tiros, correas y gasolina que estalló en una ocasión en que Rafa y Napoleón Núñez fueron a echar combustible para viajar a La Vega. Pudieron escapar del incendio, pero aun recorridos más de tres kilómetros “solo veíamos fuego y humo”, exclama Rafa.
Este nutrido grupo de conspiradores contaba con militares que ya estaban divididos en dos corrientes: el clan de San Cristóbal, “con Neit Nivar, que era reformista, partidario del retorno de Balaguer, y el Grupo Enriquillo, leal al retorno de Bosch a la Presidencia, que dirigían Rafael Fernández Domínguez y Miguel Ángel Hernando Ramírez”, manifiesta.
Y añade: “el jefe de la conspiración de parte nuestra era Rafael Molina Ureña, que para nosotros era el presidente constitucionalmente, y que había pasado a una semi clandestinidad, en el kilómetro ocho y medio de la autopista Duarte”.
A Rafa le correspondió el contacto con el teniente coronel Pedro Álvarez Holguín, “vegano, de El Higüero, y con el mayor Juan Lora Fernández, mi amigo de infancia. Álvarez Holguín era reformista, pero era mi amigo vegano”.
Por otro lado, desde que se dio el Golpe comenzamos a preparar militarmente en La Vega a algunos civiles, como el compañero Domingo de la Mota (Minguito), que organizó a todos sus hermanos y primos junto a empleados de Obras Públicas. Mientras, yo organizaba los secretarios generales de base y a algunos miembros del 14 de Junio en una finca de Ney Pimentel, donde tenía 30 hombres recibiendo instrucciones militares”.
“Nos preparamos para tumbar al Gobierno”.