El proceso electoral de cara a los comicios de febrero y mayo del 2020 ha entrado en su etapa conflictiva: la guerra de las encuestas, el periodo durante el cual los candidatos pretenden posicionarse como favoritos en la psiquis colectiva, al contratar firmas encuestadoras complacientes, como parte de su programa estratégico para ganar votantes. Y eso es tan legítimo como aspirar a gobernar.
El problema surge cuando las firmas encuestadoras contratistas tienen que complacer a sus “lideres” contratantes, y para recibir los enormes honorarios que perciben les da un comino vender liebre por pan, alterando deliberadamente la realidad a través de resultados claramente amañados.
Entre los engaños figuran, la persistencia en vender el peregrino argumento mercadológico de que las preguntas dirigidas a un grupo de 1,200 encuestados, permite establecer la decisión de un universo superior a cinco millones de electores. Con tuiteros 24/7 pagados por la oposición, y encuestas publicadas cotidianamente, pretenden construir una verdad que, al final, queda desecha en las urnas, como ocurrió a Leonel Fernández en la convención abierta del PLD.
Tales tuiteros rentados, junto a las encuestadoras de alquiler, tienen el tupé de “colocar” a Fernández, cuya candidatura pende del dictamen del TC y que su propiedad partidaria peligra, entre los favoritos. A Luis Abinader, candidato presidencial del PRM, le han ofuscado la cabeza situándolo en primer lugar de la preferencia, cuando todos sabemos que registraron 1.3 millones de electores ante la JCE para su convención cerrada, y que apenas votaron en esa convocatoria 380,000 perremeistas. Un desastre. Para juntarse con el poder, Abinader necesita millones de votos y dista bastante de esa meta.
Pero, subestiman a Gonzalo Castillo y al PLD, que ha superado esa votación, la cual conserva a pesar de la salida de Fernández.