Comenzó a escribir el libro desde que se graduó de bachiller porque ese hecho le “hervía en la cabeza”. Las balas, cuenta, “nos pasaban como enjambres de abejas. El burro en que montábamos la carga salió como loco. Era un niño que acompañaba a papá al conuco y veíamos a los guardias nerviosos, dándoles armas a los mayores, buscando a los alcaldes y cabos rurales. Escuchábamos tiroteos, aviones y helicópteros con sonido aterrador que nos pasaban rasando. A las personas las envolvían humaredas. Pensábamos que el mundo se estaba acabando”.
Ernesto Jáquez Trejo descargó aquella experiencia que lo marcó en las páginas de “El último expedicionario de Maimón”, historia desconocida de los siete combatientes que llegaron el 20 de junio de 1959 y que durante tres meses estuvieron moviéndose por Sabana del Corozo, El Naranjo Chino, Hojas Anchas, Los Trejos, Bellaco, Ingenio Amistad, Loma de la Bestia, Bajabonico Arriba, Pozo Prieto, El Brinco, Arroyo Damajagua, Cruce de Pescado Bobo y otros lugares cercanos a la playa de Maimón en los que estuvieron desafiando al ejército trujillista, a delatores, militares y traidores locales, a veces protegidos por mujeres, labriegos y terratenientes.
Recorrieron esos predios hasta el 8 de septiembre de 1959 cuando cayó Francisco Álvarez Martínez al que el autor admira por su sagacidad para burlar la tenaz persecución. El nombre suyo que quedó grabado en el recuerdo de los lugareños fue el de “El tuerto francotirador”, porque tenía un ojo más pequeño, y “El brujo”, ya que escapaba de todos lo combates. También le decían “El relámpago”.
Ernesto relata cómo, dónde y cuándo cayó cada expedicionario, sus escondites, quiénes los alimentaron, les dieron techo, los nombres de sus verdugos y la forma en que los engañaron. No conoce la identidad de todos los patriotas, sino apodos por facciones físicas, comportamientos o señas particulares.
En 1975 comenzó a entrevistar aldeanos que vivieron los hechos, y los cita. Desmiente en algunos casos a los pocos autores que han escrito sobre ese grupo, como que a Francisco Álvarez Martínez lo mataron y que lo enterraron en El Corozo o en Montes de Naranjo Chino.
El pormenorizado relato del final de este es estremecedor, y el noble gesto que tuvo con su salvador es una revelación: le dejó una considerable suma de dólares que “lo volvió rico”. La usó muchos años después de caído Trujillo, según Jáquez Trejo.
Cuenta historias enternecedoras, como el amor surgido entre Luz María Ruiz y el norteamericano Larry Bivins. “Ella le lavaba la ropa. Larry fue descubierto y ametrallado. Herido, escapa, “sale corriendo y sube a Loma Manantiales, lo protege un campesino, se esconde en unos matorrales y lo encuentra el sargento rural Santos Mieses que grita: ‘¡Aquí hay uno!’ y le disparó pero Larry lo alcanzó en un brazo”. Murió sin esa extremidad. “El Ejército mató al americano. Luz había salido corriendo del tiroteo, no se sabe hacia donde, pero dicen que el niño nació…”.
Otro gesto de terneza fue el de Flor Parra (Florita) que atendía una casa en Bellaco donde se refugiaron algunos, les daba guineos maduros, pero a los dos días los sorprendieron batallones y Florita ascendió a la “Subida de la vieja Cleo” gritando: “¡Despierta si estás durmiendo!” (dirigiéndose a los expedicionarios) “y no quedó catre ni baúl sin revisar. No los encontraron y Daniel Vargas, alias Tío Bobo, un rural que era su tío, dijo que ella “se aloquetiaba” que no le hicieran caso y eso les permitió escapar a Pozo Prieto, pero el ejército los siguió y en La Puerta del Golpe, cuando van bajando a Agua Larga, el helicóptero los ubicó. Ellos continuaron bajando, ya rodeados les abren fuego, ellos contestan y cae uno gravemente herido y también el rural Bonifacio Vásquez (Fale) y Juan Rosario. Un guardia, con el guerrillero agonizante, disparó una granada y los exterminó a los tres”.
Los otros siguen… Los restantes cruzan ríos, atraviesan cafetales, soportan lluvias y “son acogidos por José Laluz que les da cena, de ahí pasan a la casa de la vieja Cleofa, que vivía con una nietecita. Tenían los pies tan hinchados que no les cabían en las botas. Ella los cura, les da comida hasta el otro día en que aparece el traidor Juanito Reynoso, padrino de la niña. El francotirador Álvarez lo encañona, pero la vieja interviene: ¡ese es mi compadre! El traidor dice que los va a ayudar y ellos confían en su palabra, los saca, los lleva al Cruce de Pescado Bobo, ellos les dieron prendas, dinero y las direcciones de familiares en Santiago”.
Estos son identificados por Jáquez como Rubén, Pipí, El odontólogo, Álvarez El tuerto y Lucas. Detalla la forma en que fueron traicionados por el malicioso que, en vez de dirigirse a Santiago, fue al comando central a denunciarlos. Juanito Reynoso, dice, era sargento rural. El ataque es una descripción desgarrante. Prosigue con la muerte de cada uno hasta llegar a la de Álvarez.
El último expedicionario. “El último expedicionario de Maimón” aún no ha ido a la imprenta. HOY obtuvo una copia del voluminoso original y entrevistó al autor quien nació en Bajabonico Arriba, Altamira, el 7 de noviembre de 1954, hijo de Antero Jáquez y Ceferina Trejo. Estudió agronomía y periodismo en la Universidad Central del Este. Es fundador de movimientos para defender el medio ambiente y ayudar campesinos. Tiene otros libros preparados. Está casado con Carlita Hiraldo, madre de sus hijos: Martha Eneris, Natalie Stalin y Cristian Ernesto.
“Rubén fue asesinado de dos balazos por el raso Lendorf; de Pipí no se supo más” y Álvarez siguió internándose en las montañas, subió a La Pared, próximo a La Descubierta, “pero el hambre y el cansancio no lo dejaban avanzar, se alimentaba de granos de café y yuca cruda de la finca de Bolo Hiraldo, cabo rural” que al notar los desperdicios se sorprendió, volteó la cabeza y se encontró con el guerrillero que con un gesto le indicó callar.
-Soy de los que te andan buscando. Quédate en esa cueva.
Lo alimentó y le aconsejó no moverse pues el ejército lo buscaba. Pudo ocultarlo dos días. “Le dijo a Bolo que se sentía muy cansado y que ya había visto a la guardia, que no tenía nada que hacer, que iba a salir para no comprometerle su conuco. Le entregó dinero y le dijo”:
-Guarde eso para que se acuerde mí.
Ernesto acota: “Según me contó Bernardo Ramírez, compadre de Bolo, había 30 mil dólares”.
Acorralado por el Ejército, Álvarez contestó los disparos. Se produjo un silencio. Cuando los militares llegaron lo encontraron muerto. “Él se inmoló, pero el Ejército, para justificarse, informó que lo había matado. En un guayabo encontraron sus medias, sus botas, su fusil”.