¿Quién hubiera pensado en 1916 que el ejército ruso se disgregaría y que un partido marxista marginal provocaría, contrario a su propia doctrina, una revolución comunista en octubre de 1917?…
Quién hubiera pensado que Hitler llegaría legalmente al poder en 1933?… ¿Quién hubiera pensado en 1943, en plena alianza entre soviéticos y occidentales, que sobrevendría la guerra fría entre estos mismos aliados tres años después?
¿Quién hubiera pensado en 1980, aparte de algunos iluminados, que el imperio Soviético implosionaría en 1989?
¿Quién hubiera imaginado que en 1989 la Guerra del Golfo y la guerra que desintegraría a Yugoslavia?…
Nadie puede responder a estas preguntas…. Y tal vez permanezcan sin respuestas aún en el siglo XXI… Edgar Morín
La cita que engalana este artículo fue escrita por el intelectual francés Edgar Morín en una de sus últimas obras “Los siete saberes necesarios para la educación del futuro”, publicado por UNESCO en 1999, es decir hace 19 años-
Las preguntas enunciadas fueron respondidas por Morín diciendo que la historia camina de forma inesperada, no linealmente, como hace unos años planteaban los marxistas, sino con desviaciones y creaciones internas, o también por accidentes externos, o sencillamente por el azar mismo.
La historia es un complejo proceso de orden, de desorden y de organización. Concluye su planteamiento diciendo que toda evolución es el producto de la desviación que se desarrolla, provocando la transformación del sistema. La desviación, dice, lleva en sí misma el germen de la desorganización, pero luego las reorganiza.
Así pues, la humanidad ha vivido la aventura de lo incierto y lo desconocido. La incertidumbre ha sido su signo al caminar. Morín afirma que existen varios tipos de incertidumbres, a saber, entre ellas, la incertidumbre de lo real y la incertidumbre del conocimiento. Pero aterricemos para que me acompañen a llorar por este sistema educativo nuestro.
La reforma curricular que ha estado llevando a cabo el Ministerio de Educación, aunque no lo exprese formalmente, en la práctica ha abandonado la historia. En materia de formación docente, los programas de historia son escasos. Y todavía peor, en los diferentes programas y proyectos que se desarrollan en varias universidades, el componente de historia ha sido eliminado. Por esta razón, se hace necesario insistir con los Ministerios de Educación y de Educación Superior, Ciencia y Tecnología, que respalden la historia, para que vuelva a ser prioridad en la estrategia educativa, necesaria e imprescindible para la conciencia ciudadana de los jóvenes. La enseñanza dominicana tristemente, muy tristemente, ha abandonado la historia. Abandono que no se explica porque se pretende construir una ciudadanía consciente.
Asumo como mía la posición de Edgar Morín, el sabio francés, padre del pensamiento complejo, quien defiende que la historia juega un papel fundamental en la educación. Es clave para los adolescentes, porque les permite situar a los jóvenes en su propio momento histórico y les da la perspectiva macro sobre el curso mismo de la humanidad, permitiéndoles el conocimiento del carácter multidimensional y complejo de las realidades humanas. Invita a los profesores a superar el estrecho marco de las disciplinas para situarse en los nuevos contextos.[1]
La enseñanza de la historia, como dice Edgar Morín, debería coronar el proceso, siempre y cuando su enseñanza no se reduzca al estrecho y aburrido marco de fechas y hechos, sino al conocimiento que permite aprehender y aprender el carácter complejo y multidimensional de la realidad humana. Solo así podrá desarrollarse una formación ciudadana, que debería tener como fin el de la ciudadanía universal.
Lamentablemente el Ministerio de Educación y sus dependencias están en una supuesta visión integradora de las ciencias sociales en el que se enseña de todo y nada al mismo tiempo. Bajo ese nombre se incluye: historia, geografía, ética y ciudadanía, política, economía, antropología y sociología. Además, se incluyeron los contenidos de “educación vial”, “educación tributaria”, entre otros. Se dedican tres horas semanales para TODOS ESOS CONTENIDOS.
Quien les escribe ha estado en el sistema educativo desde hace más de 40 años. Y ha sido profesora de historia en primaria y secundaria. Y puedo asegurar que un año de clases no es suficiente para dar todos los contenidos. Imagínense. Un año calendario tiene 52 semanas. Un año escolar tiene aproximadamente 40 semanas. Si multiplicamos 40 x 3 = 120 horas. ¿Qué se puede enseñar?
Aterricemos más todavía. Soy consultora gratuita de todos los hijos, sobrinos y nietos de mis hermanos y amigos. El otro día recibí una llamada. Tenían que hacer una tarea. El joven está en uno de los mejores colegios de la capital. El desconocimiento de que hizo gala me alarmó. No sabía nada no solo de historia dominicana, sino también de historia de occidente. ¡Me quedé pasmada!
En otras oportunidades he sido profesora de maestros en servicio del área de las llamadas “ciencias sociales”, y mi sorpresa no ha sido menor. Los menos cualificados no saben de nada, o saben muy poco. Los más avispados aprovechan esas clases. Recuerdo que un día una profesora me dijo: “Profe, no sé para qué estamos aprendiendo estas cosas, si no podremos enseñarlo en las aulas. Es tan poco el tiempo que tenemos, que a veces los maestros no sabemos cómo ni qué enseñar”.
Aprovecho este espacio para enfrentar la corriente pedagogicista que existe en las escuelas pedagógicas de las universidades y de los centros de formación. Enseñamos cómo enseñar y no nos preocupamos qué enseñar. ¿Entonces?
Lo más triste de todo esto es que, como decía el gran Claudio Sánchez Albornoz que la historia es la maestra de la vida. Sin embargo, nuestro sistema tiene secuestrada la historia. Nuestras futuras generaciones no sabrán ni siquiera los nombres de nuestros héroes, de nuestras heroínas ni los porqués de muchas cosas de su herencia histórica.
No nos sorprendamos ni nos quejemos cuando nuestra juventud no tenga conciencia histórica, no se sienta ciudadano de esta tierra, ni se sienta parte de la construcción del futuro.
Esta visión, este secuestro de la historia tiene consecuencias grandes, muy grandes. Estamos formando una generación sin memoria, peor aún, sin raíces ni identidades. ¡Dios nos guarde confesados! Amén.
[1] Edgar Morín, Con la cabeza bien puesta. Repensar la reforma. Reformar el pensamiento, Editorial Nueva Visión, Buenos Aires, 2002.