La Humildad: el Camino hacia la Santidad 

La Humildad: el Camino hacia la Santidad 

Leonor Asilis

Seguimos en el mes de junio en el cual celebramos el Sagrado Corazón de Jesús. Escogí meditar en su gran humildad.

“Es para curar la causa de todas las enfermedades, que es la soberbia, por lo que bajó y se hizo humilde el Hijo de Dios. Tal vez te ruboriza imitar a un hombre humilde, imita al menos al humilde Dios”. (San Agustín). Esta cita de San Agustín nos recuerda con precisión el motivo fundamental por el cual los cristianos deben seguir el ejemplo de Jesucristo. En un mundo dominado por el egocentrismo y la idolatría, asumir esta virtud con valor se convierte en un verdadero desafío. 

En su libro «Teología de la Perfección Cristiana», Royo Marín afirma que la humildad, aunque no sea la mayor de todas las virtudes, ya que las teologales, las intelectuales y la justicia, principalmente la legal, se encuentran por encima de ella, es la virtud fundamental. La humildad es el cimiento sobre el que se construye todo el edificio sobrenatural, pues sin ella sería imposible alcanzar la perfección cristiana. La Sagrada Escritura nos recuerda: “Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes”. 

Para poner en práctica la humildad, Royo Marín propone tres medios: 

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1. Pedirla incesantemente a Dios: Como dice el apóstol Santiago, «Todo don perfecto viene de lo alto y desciende del Padre de las luces». 
2. **Poner los ojos en Jesucristo, modelo incomparable de humildad:**  El mismo Jesús nos invita con suavidad y dulzura: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón”. (Mt.11, 29) 
3. Esforzarse en imitar a María, Reina de los humildes:** Después de Jesús, María es el modelo más sublime de humildad. Ella era la esclava del Señor. Apenas habla, no llama la creándose en el género humano; en su nacimiento: en un pesebre, viviendo en extrema pobreza, soportando la ingratitud de los hombres (“y los suyos no le recibieron”); en Nazareth: un pobre aldeano, obrero manual, sin reflejar su divinidad, obedeciendo…


En su vida pública: Escogiendo sus discípulos entre los más ignorantes; prefiriendo sin ser excluyente a los pobres, pecadores, niños…. Predicando con sencillez con comparaciones humildes al alcance del pueblo. Realiza milagros para probar su misión divina, pero sin ostentación alguna, exigiendo silencio y huyendo cuando quieren hacerlo Rey.
En su Pasión: Recibiendo burlas, bofetadas, salivazos, corona de espinas…y finalmente muriendo en la cruz entre blasfemias y carcajadas.
En la Eucaristía: Aquí completamente escondido, y cuántas veces olvidado por nosotros, y peor aún recibiendo el sacrilegio de muchos. 

Terminamos esta breve reflexión con la inquietud de que nos animemos a volver humildemente a Aquél que siendo Todo se anonadó a sí mismo para que nosotros le sigamos y recibamos de El nuestra Salvación y vida en abundancia.

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