En las tres períodos en que Giovanni di Pietro estudia un conjunto de las mejores novelas dominicanas (antes de 1930, de 1930 a 1960 y después de 1960, San Juan: Isla Negra Editores, 1996) descubre que estas obras en gran medida ( ) se caracterizan por un marcado interés en lo nacional y que novela tras novela, en forma abierta o encubierta, trata de la nación, de sus problemas sociales, de su devenir histórico, del dilema político de ese momento. (13-14)
Según el crítico (Ibíd., 14), a esta regla solamente escapan las novelas existenciales de Ramón Lacay Polanco La mujer de agua (1949), En su niebla (1950), No todo está perdido (1966) y El extraño caso de Camelia Torres (1978). Pero no escapan al canon de lo nacional El hombre de piedra (novela, 1959) y los cuentos de Lacay Polanco. Al parecer, escaparían a la regla de lo nacional, las novelas bíblicas de Ramón Emilio Reyes, Marcio Veloz Maggiolo y Carlos Esteban Deive, pero pronto se descubre que su campo de metaforización no es la Palestina de los tiempos de Jesús, sino la corriente y moliente realidad nacional bajo la dictadura trujillista y la inevitabilidad del cambio a que está expuesta. Tampoco logran escapar de lo nacional algunas novelas escritas en el período de la dictadura trujillista, aunque se hayan publicado mucho después de la caída de Trujillo, como el caso de Navarijo (1956), de Moscoso Puello, La victoria (1992), de Carmen Natalia y El Masacre se pasa a pie (1973), de Freddy Prestol Castillo.
A mi juicio, no es el tema de la nación y sus problemas socio-políticos lo que limita la calidad de este conjunto de novelas. La literatura de valor se escribe con cualquier tema. El problema radica en que nuestros novelistas convierten el tema y la obra en una ideología. Las novelas llamadas históricas escritas por Víctor Hugo tratan sobre los problemas nacionales de Francia o Islandia, pero el ritmo con el cual están escritas atraviesa las ideologías de época de aquellas sociedades e inscribe los sentidos de cada obra en contra del Poder y sus instancias. Esto ha sido demostrado por la lectura hecha por Henri Meschonnic de lo que él llama el recomienzo de lo inacabable hacia la novela-poemalas novelas de Hugo antes de Los miserables (Ecrire Hugo, T. II. Paris: Gallimard, 1977): Han de Islandia, Bug-Jargal, El último día de un condenado, Claude Gueux, Nuestra Señora de París y la propia Los miserables.
La exigencia de Di Pietro a los novelistas vivos y que reproducen la mimesis de lo nacional y sus problemas es, la superación de la novela testimonial y así crear una nueva visión de la nación (Ibíd.,15). A los novelistas muertos no se les puede exigir nada. Para lograr este sobrepujamiento, se plantea un obstáculo, según Di Pietro. Puesto que el problema de nuestra nación no ha sido resuelto, no es posible en el presente para los novelistas dominicanos, dado el período de caos, de descalabro, de duda y de dolorosa búsqueda de una nueva identidad, crear obras aceptables. (Ibíd.)
¿Cuáles son esos problemas nacionales no resueltos? En los tres libros donde Di Pietro estudia con lucidez la novela testimonial-social-nacional-política, él limita el asunto a la política partidaria personalista y al caudillismo. Digamos que ese período abarcó desde 1844 hasta la caída de Trujillo y que a partir de diciembre de 1961 hasta 2008 ese leitmotiv que aquejó al Estado dominicano fundado sobre un pueblo, fue sustituido por el clientelismo y el patrimonialismo sin caudillismo. ¿Pero existía, con uno u otro leitmotiv, la nación dominicana? Ahí es que reside el caos, el descalabro, la duda, en que no hay nación dominicana sin los requisitos señalados por Américo Lugo en sus cartas a Horacio Vásquez en 1916 y a Trujillo en 1934 y 1936. Modernamente no existe la nación dominicana debido, además de las razones aducidas por Lugo, debido también a la ausencia de conciencia de clase de sus sujetos.
Con la premisa mayor de que la nación dominicana existe, el novelista criollo que centra su tema en este axioma está construyendo un fantasma cuyos problemas escriturales no existen en el ámbito de la ficción. Esto explica el fracaso de las novelas nacionales como escritura, pues la nación no existe debido a la ausencia de cultura política del pueblo dominicano, lo cual equivale a ausencia de conciencia nacional, a ausencia de conciencia de unidad personal de la comunidad, ya que ese mismo pueblo invocado en todas las Constituciones, pronunciamientos, manifiestos y proclamas políticas, nunca ha participado en la construcción de ninguna, y menos en la del Estado creado por Santana en julio de 1844.
A partir de esta constatación se explica por qué el pueblo dominicano se ha desgastado durante más de 160 años en una lucha maniquea o dicotómica: personalismo y caudillismo y clientelismo y patrimonialismo contra institucionalidad. El resultado de esa lucha en nuestra sociedad ha sido hasta hoy: más autoritarismo estatal, más centralismo administrativo, menos territorialización y juridificación, ausencia de control de la frontera y del espacio aéreo igual a inexistencia de la soberanía del Estado fundado sobre el pueblo, escaso respeto a los derechos humanos, sociales y políticos, precaria libertad de prensa, los derechos culturales convertidos en espectáculos light , los derechos ecológicos y feministas burlados y con la mayoría de la población en la pobreza extrema y el analfabetismo, jamás habrá un Estado de Derecho ni nación alguna.
Ese fantasma es el que narran, poetizan teatralizan y teorizan nuestros escritores, escritoras e intelectuales orgánicos: es decir, un fantasma creado en el siglo XIX.
La justicia es el primer derecho del ser humano. En nuestro Estado fundado sobre un pueblo, como lo demuestra la novelística dominicana desde 1843 hasta hoy, 2008, lo que ha habido, y hay, es, por una parte, una lucha entre los personajes ricos del establishment que son exitosos, triunfan siempre en la ficción y la realidad y se las arreglan para evitar pagar impuestos y vivir en total impunidad y, por la otra, los personajes pobres que siempre fracasan en la realidad y la ficción y pagan siempre los platos rotos.
¡Hermosa dicotomía en la que ha fundado la justicia dominicana sus fueros para justificar y racionalizar la ideología y el mito de la nación dominicana y el Estado creado sobre el pueblo! Este ha sido siempre el gran ausente de nuestra política. Pueblo invocado, pueblo metaforizado: el gran negocio redondo de los políticos y sus intelectuales racionalizadores.
En síntesis
Un solo antogonismo
En nuestro Estado fundado sobrre un pueblo, como lo demuestra la novelística dominicana desde 1843 hasta hoy, 2008, lo que ha habido y hay es, por una parte, una lucha entre los personajes ricos del establishment y los personajes pobres que siempre fracasan en la realidad y la ficción.