La Iglesia Católica, ¿hacia dónde se dirige?

La Iglesia Católica, ¿hacia dónde se dirige?

MARIEN A. CAPITÁN
La tarde se vistió de dudas. Después que una cortina de humo blanco anunciara al mundo que contaba con un nuevo Papa, la expectación se hizo presa de los católicos –y no católicos también, por aquello de la curiosidad– del mundo. Más adelante, cuando su nombre se escuchó, comenzaron a surgir las interrogantes: ¿qué mensaje quiere dar la Iglesia al elegir a un ultra conservador como su guía espiritual? ¿Hacia dónde llevará el (hasta anteayer) cardenal Joseph Ratzinger a la Iglesia? ¿Cambiará su tendencia habitual para tornarse más abierto?… hasta nos preguntamos hasta qué punto estarán contentos los fieles con esta elección.

En un intento de responder algunas de estas interrogantes, hice una «pesquisa cibernética» acerca de Ratzinger. Fue entonces cuando descubrí que, aunque dice que fue contra su voluntad, formó parte de las filas de las Juventudes Hitlerianas y sirvió a la Fuerza Aérea Alemana durante la Segunda Guerra Mundial.

Amén de que algunos señalan que su pasado nazi no tenía que ver con sus convicciones, sino con el momento histórico que le tocó vivir en su patria germana, lo cierto es que este capítulo de su vida no significaría nada si no fuera porque a lo largo de los años Ratzinger ha mostrado posiciones ideológicas tan radicales que muchos podrían tildarlo como a un fascista cualquiera de los que pululan por ahí.

Prueba de ello es que desde hace casi 25 años es el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, un organismo cuyos orígenes se remontan al Santo Oficio o lo que hasta 1908 fue la Sacra Congregación de la Inquisición Universal.

Dándole el beneficio de la duda, llegué a pensar que quizás este fue el trabajo que le tocó desempeñar. Puede que, incluso, todo se deba a que el nuevo Papa ha tenido siempre la desventura de tener que hacer este tipo de «tareas difíciles», cavilé.

Segundos después recordé la Teología de la Liberación, aquella corriente del pensamiento que surgió en América Latina después del Concilio Vaticano II (1962-1965) e impulsó la «opción preferencial por los pobres» de la Iglesia latinoamericana, que debía comprometerse con la emancipación social y política de los pueblos.

Estas ideas, demasiado liberales para una iglesia que pensaba que la Teología estaba plagada de ideas marxistas, fueron fuertemente combatidas por Ratzinger, quien castigó a los 140 teólogos que abrazaban al movimiento y defendían las luchas sociales.

Uno de estos teólogos, el brasileño Leonardo Boff, dijo el martes pasado que Ratzinger era «un hombre duro y sin misericordia». Por ello, entiende que tras su consagración como Papa podría haber «un inmenso infierno de hipocresía» que reine en la Iglesia.

Olvidando a Boff, sólo queda a apuntar que Ratzinger representa la negativa de la iglesia al aborto, al divorcio, al acceso de las mujeres al sacerdocio, a la unión civil entre homosexuales, a los anticonceptivos y a los preservativos. Por tanto, a pensar de todos los embarazos no deseados, del contagio del sida, de los niños que nacen con malformaciones o los que son abandonados en las calles, es obvio que los dogmas tradicionales se mantendrán.

Por otra parte, vale recordar que Ratzinger fue el autor del polémico documento «Dominus lesus» -que causó un revuelo en 2000 –en el que afirmaba la supremacía de la Iglesia Católica como «único» medio para la salvación; y decía que los protestantes, evangélicos y pentecostales «no son iglesias en el estricto sentido de la palabra»: son comunidades y no pueden ser consideradas «hermanas» de la «iglesia madre»: la Católica Romana (alejándose así del espíritu de concertación religiosa de Juan Pablo II).

Con todo esto, es difícil suponer que el papado de Benedicto XVI tendrá algún dejo de apertura. Será con el tiempo, cuando se renueven los cardenales, que vendrán los aires modernos y liberales.

m.capitan@hoy.com.do

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