La ilegalidad tiembla

La ilegalidad tiembla

El pasado sábado 25 de diciembre de 2010, la alarma del automóvil estacionado en nuestra casa frente al Palacio Nacional empezó a sonar con estridencia. Acudimos de inmediato y encontramos que el cristal lateral trasero había sido destrozado por un impacto que provocó tremendo agujero de 20 centímetros de diámetro.

Miramos a la redonda y sólo encontramos la presencia del centinela que prestaba servicio de vigilancia y protección a la sede del Poder Ejecutivo. El militar estaba situado a apenas diez pasos del automóvil que había sido vandalizado. Le preguntamos entonces quién había hecho el destrozo y respondió: “Yo no me doy cuenta”.

Al día siguiente, contraté un pintor para cubrir la verja frontal de mi residencia con color amarillo y un 4% en negro. Esa fue la forma que elegí para exigirle al Presidente de la República el cumplimiento de la Ley 66-97 que establece un 4% del Producto Bruto Interno para la Educación pública. Todavía esperábamos que la pintura acrílica secara cuando hizo aparición un Capitán del Ejército Nacional adscrito al batallón de la Guardia Presidencial y dos vehículos militares.

Asimismo, apareció un miembro del Departamento Nacional de Investigaciones (DNI) quien se dedicó a retratar el muro que pintábamos. Fue entonces cuando el oficial uniformado preguntó quién había ordenado aquello. Asumí la responsabilidad para entonces reclamar al oficial que se identificara. Respondió diciendo: “Capitán Martínez, señor”.

A seguidas me convidó “a que conversáramos a la sombra”. Como no fui capaz de descodificar su extraña expresión, respondí que no le temía al sol. Dije entonces que podíamos conversar a la vista de todos en medio de la calle. Por casualidad, el periodista Bonaparte Gautreaux Piñeyro fue testigo de todo.

Por mi mente circulaba entonces la injustificable actitud del día anterior cuando destrozaron el cristal de uno de nuestros automóviles.

La ruidosa alarma había inquietado a los vecinos, aunque no así al centinela ubicado frente a nuestro hogar. Ningún representante del Palacio Nacional intentó entonces investigar quién había vandalizado el vehículo.

Sin embargo, desde que el centinela notó que surgía el color amarillo y un número 4 con el símbolo de porcentaje a su lado, la radiocomunicación de la Guardia Presidencial había informado que “algo anormal” sucedía. Alguien debe haber convocado al DNI, así como alguien más debe haber ordenado al capitán Martínez que se presentara ante los que osaban pintar allí una pared de amarillo con un 4% en negro.

Difícil resulta imaginar siquiera que un oficial subalterno pueda tomar por su cuenta y riesgo la decisión de intervenir en una propiedad privada. Menos aún siendo aquella la residencia de un personaje público harto conocido por los miembros de la Guardia Presidencial que patrullan constantemente la zona.

El oficial militar informó que “Su Superior” consideraba que ese letrero no podía permitirse y que debía ser borrado por nosotros. Me tocó entonces recordarle que el régimen de propiedad privada que legalmente rige este país me otorga derecho pleno a pintar la casa del color que prefiera. Si le preocupaba el número 4, debía saber que ese ha sido el número asignado a nuestra residencia desde antes de que fuera inaugurado el Palacio Nacional en 1947. En cuanto a las dos bolitas y el palito usados para representar porcentajes, los había colocado allí porque en este país siempre hacen falta dos bolitas y un palito para advertirles a los aspirantes a tiranos que nuestro pueblo no les tiene miedo.

Terminé mi corta perorata enfatizando que si “Su Superior” quería impedir que ese letrero permaneciera allí mientras la ilegalidad impere en este país, él mismo tendría que aprovisionarse de violencia y abusos, para intentar hacerlo.

Es momento para preguntar: ¿Por qué temen tanto los inquilinos del Palacio Nacional que se les enrostre su ilegalidad? ¿Les preocupa que el virus del respeto a las leyes se difunda y algún día el rigor de la Justicia pudiera llegar hasta ellos? ¿Se atemorizan ante la evidencia de que el mito de la invencibilidad del reeleccionismo es pura propaganda de los que ahora se enriquecen saqueando el erario?

Hoy, el pueblo acumula fuerzas con el 4% y se atreve cada día más. Mientras, la ilegalidad tiembla.

Publicaciones Relacionadas