En la cotidianidad, privada o pública, cuando se quieren expresar pensamientos, redactar cartas o instrucciones para ser compartidas y ejecutadas, comúnmente nos encontramos con situaciones en las que, quienes elaboran el borrador o instructivo, queriendo expresar ideas, al ser leídas por otras personas, surgen conjeturas, discusiones y posiciones encontradas acerca de su significado. Porque aún persiguiendo un mismo fin lo entienden de diferentes maneras.
Por eso, muchas veces en el trabajo, soy dado a provocar debates. Pero con el único propósito de motivarlos a escribir y expresar las cosas, no como cada quien lo entienda, partiendo de que son técnicas, sino de que, aun siéndolo, sean presentadas en un lenguaje didáctico. Sobre todo en los asuntos oficiales, que deben ser claros, precisos y entendibles. Sin interpretaciones que pudieran cambiar el objetivo o los resultados perseguidos.
Puede leer: La verdad y la transparencia deben prevalecer
Hace años leí que: “todo lo que es concebido o pensado por nuestra inteligencia; todo aquello de lo cual tenemos un concepto o “verbo mental”, puede ser expresado o traducido en el lenguaje.
Pero esta expresión, por dúctil, manejable y delicado que sea el sistema de signos de lenguaje humano, permanece siempre más o menos deficiente con relación al pensamiento”.
Aún los conocimientos intelectuales deben decirse hacia fuera, por así decirlo, disminuyéndose en la expresión oral. Porque sería absurdo pedir a signos materiales, emitidos unos después de otros en la sucesión del tiempo, que proporcionen a la obra vital e inmanente del pensamiento, una representación que sea como una copia impresa superpuesta a un modelo.
El objeto del lenguaje, más bien debe permitir a la inteligencia que entiende, pensar ella misma por un esfuerzo de repetición activa, lo que piensa la inteligencia que habla. Desde ese punto de vista, el lenguaje humano desempeña perfectamente su función. El lenguaje y por supuesto la escritura, no pueden suponer solamente un esfuerzo de parte de aquel que expresa su pensamiento, sino tomar en cuenta que exige también un esfuerzo de parte de aquellos a los que van dirigidos.
Un sabio escritor expresó que: “cuanta más vida y calidad intelectual tiene una filosofía o técnica, más fuertemente debe, sin renunciar por ello a expresar la verdad de las cosas, probar la realidad de la distancia que existe entre el lenguaje y el pensamiento, y como consecuencia lo que se escribe”.
Por eso se dice que hay doble necesidad: porque es necesario que se haga dueña del lenguaje por medio de todo un aparato técnico de formas y distinciones o terminologías; y porque es necesario que exija del espíritu, un acto de vitalidad interna que no podrían reemplazar las palabras y las fórmulas, que por el contrario están allí solo para estimular el espíritu hacia este acto. Según Aristóteles: “al no poder llevar al medio de nuestras discusiones las cosas mismas, son las palabras las que hacemos comparecer en su lugar como sus substitutos”.
Por eso, si no tomamos en cuenta que las palabras o escritos pueden tener distintas interpretaciones y al mismo tiempo ocupar el lugar de cosas muy diferentes, podremos caer en graves errores. Por lo tanto, debemos ser claros y precisos.