La incertidumbre, el signo de estos tiempos

La incertidumbre, el signo de estos tiempos

Trilce: XII de César Vallejo

Escapo de una finta, pelusa a pelusa.
Un proyectil que no sé dónde irá a caer.
Incertidumbre. Tramonto. Cervical coyuntura.

Chasquido de moscón que muere
a mitad de su vuelo y cae a tierra.
¿Qué dice ahora Newton?
Pero, naturalmente, vosotros sois hijos.

Incertidumbre. Talones que no giran.
Carilla en nudo…
cinco espinas por un lado
y cinco por el otro…

El Consorcio de Educación Cívica invitó a la académica mexicana, especialista en pensamiento complejo, Patricia Gascón Muro, para que nos hablara sobre “Ética de la incertidumbre”. El pasado miércoles 30 de septiembre un centenar de asistente nos dimos banquete con una reflexión honesta y profunda que nos ofreció mi amiga-hermana.

Mientras escuchaba deleitada tomé, reflexioné mucho y escribí cuánto escuchaba. Y de toda su argumentación saqué una importante conclusión: la incertidumbre es parte de la cotidianidad humana. Este artículo se escribe a partir de esas notas escritas al calor del momento.

¿Quién tiene certezas? Nadie, porque la vida no es predecible, es la suma de sorpresas que nos trae cada día.

En esta pandemia, que ha puesto al mundo de pies a cabeza, que ha cuestionado los basamentos en que se sostenía, la incertidumbre se ha hecho más presente que nunca. Entonces, ¿cómo debemos afrontarla? ¿Con temor, con ilusión, con aceptación? A estas preguntas mi amiga-hermana Patricia responde con una interesante: la incertidumbre nos obliga a pensar en que el futuro inmediato es imposible de conocer, pues se origina en la propia naturaleza del fenómeno que todos estamos enfrentando.

Por tanto, es imposible calcular los riesgos, como hacen muchos economistas. Pero, además, afirmaba la querida charlista, a diferencia del riesgo que puede ser calculable, la incertidumbre no puede calcularse ¿cómo? Sencillamente porque la incertidumbre es imposible predecirla, por lo tanto, el signo de este tiempo, la única seguridad que tenemos es que el futuro es incierto, totalmente incierto.

Ante esta situación, Patricia comenzó a abordar la ética de la incertidumbre, la que domina como una propuesta del pensamiento complejo, pero, que, sobre todo, es hija de nuestros tiempos. Ha puesto en evidencia que la verdad absoluta y las certezas no existe, no puede existir ante una realidad que es totalmente desconocida

Afirma que la “ética de la incertidumbre” nos plantea una alternativa importante porque desgarra la sensación de cerrada y absoluta certidumbre que teníamos hasta hace muy poco. ¿Qué pasa entonces ante esta falta de certezas? Sencillamente que se ha roto la ilusión de la razón que tanto nos ayudaba a sentirnos seguros para navegar en el mar desconocido e incierto.

Quizás por eso, en la actualidad, en este extraño 2020 que ha detenido la historia, que ha cuestionado a los poderosos que se creían dueños del mundo, nos vemos obligado vivir la incertidumbre, olvidándonos de eliminar de nuestros horizontes las pólizas de riesgos. La certeza ya no existe, y el mundo, la humanidad toda entera tiene que proseguir.

El tiempo que vivimos nos ha obligado a recordar una máxima que sabíamos y nos obligamos a olvidar: la vida es incierta, y la única certeza que tenemos es la muerte, con el agravante que no sabemos cuándo ni cómo llegará. Plantea Patricia que la vida es un verdadero milagro, porque está compuesta de la conjunción de muchos sucesos inimaginables.

Nos invita Patricia a no vivir la incertidumbre con angustias, sino con ilusión, con esperanzas, consideremosla como una promesa siempre abierta, un don de la vida misma, una oportunidad para crecer y para la creatividad.

Sugiera que esta llamada “ética de la incertidumbre” invita a los seres humanos a estar abiertos al horizonte del futuro, y a considerar lo incierto como una ocasión de crecer, de construir permanentemente. Nos obliga a abandonar la idea de que es una amenaza, un atentado a nuestro futuro.

No, no, la incertidumbre es la oportunidad única para crecer y elegir con conciencia ante los muchos posibles. Lo incierto no es una tragedia, es, al contrario, una prueba de nuestra existencia.

Así pues, aceptar la incertidumbre como una condición de nuestra existencia misma, nos obliga a dudar del destino, pero sobre todo a asumirnos como seres en constante creación, más aún, como frutos de nuestra propia creación.

Al aceptar esta verdad estamos reivindicando que el centro de todo es la acción humana, ya que es nuestra acción la única que puede y deber marcar la diferencia. En tal sentido, plantea Patricia que la incertidumbre no es la causa de nuestros problemas e infortunios, sino que son nuestras opciones, pero sobre todo nuestras acciones, las que permiten que alguno de los posibles pueda cristalizarse.

¿Una ética de la incertidumbre en época de COVID19? Nuestra sociedad entró a esta pandemia tras varias décadas de supuestas certezas. Sin embargo, un virus nos hizo conscientes de nuestra propia debilidad, pero principalmente de nuestra gran vulnerabilidad. Nuestros planes, todos, se fueron a pique.

Si fuéramos inteligentes, esta inmensa incertidumbre en que nos ha colocado el pequeño virus arrasador, nos obligaríamos a educarnos para pensar y actuar humildemente en la aceptación de que no podemos controlar nuestras vidas, ni nuestros sueños, y mucho menos de nuestros certeros planes de futuro que supuestamente teníamos definidos. Esta pandemia, en efecto, hizo añicos nuestra falsa sensación de control y nos dejó pasmados y sin palabras.

El problema está ahí, lo vivimos cada día desde enero de este importante año que detuvo el mundo. La apuesta está hecha, y la incertidumbre nos invita a ver esta gran crisis como una gran oportunidad para cambiar nuestras propias creencias y a transformar nuestra angustia en esperanza.

Yo, como todos los mortales, a veces siento temor ante lo inesperado e incierto, pero aprendía gracias a mi querida Patricia Gascón Muro, que sentirlo es parte de ser humano. Sentirlo y vencerlo, para seguir caminando es también una gran tarea.

Todos me piden que dé saltos,
que tonifique…
que corra, que nade y que vuele.
Muy bien.

Todos me aconsejan reposo,
todos me destinan doctores,
mirándome de cierta manera.
¿Qué pasa?

Todos me aconsejan que viaje,
que entre y que salga, que no viaje,
que me muera y que no me muera.
No importa.

Todos ven las dificultades
de mis vísceras sorprendidas
por radio terribles retratos.
No estoy de acuerdo.

Todos pican mi poesía
con invencibles tenedores
buscando, sin duda, una mosca,
Tengo miedo.

Tengo miedo de todo el mundo,
del agua fría, de la muerte.
Soy como todos los mortales,
inaplazable.

Por eso en estos cortos días
no voy a tomarlos en cuenta,
voy a abrirme y voy a encerrarme
con mi más pérfido enemigo,
Pablo Neruda.

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