Antes de ayer se cumplieron 180 años de la ocasión que un grupo de criollos de la casi inexistente colonia española se rebelaron de las fuerzas haitianas de occidente que desde 1822 habían establecido una ocupación indeseable y asumida por la fuerza de tropas mejor armadas, disciplinadas y hasta mas beligerantes.
Fue un momento histórico para un grupo de hombres y mujeres jóvenes que se vieron de frente al estar combatiendo a un rival irreconciliable y aplastador de los valores cristianos de los que vivían en la parte oriental de la isla. Estos se habían acostumbrados a su pobreza y aplastados por la indolencia de la raza que anulaban cualquier valor que pudiera exhibir y sacar a relucirlos. Desde siglos antes se les había reconocido como una raza indomable forjada bajo el candente sol del Trópico.
Después de 22 años de ocupación negra no se había podido eliminar esa esencia de la hispanidad que se mantenía latente y dando muestras de ebullición en determinados momentos y en diversas partes del territorio que se veía sacudido por escaramuzas de grupos de los nuevos dominicanos. En el Cibao, sostenían los valores de la raza en una lucha imparable para preservar lo que era la esencia de la patria que estaba en gestación.
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La ebullición patriótica, que los trinitarios habían logrado sembrar en el ánimo de la gente, había encontrado respaldo ya que en Haití existía la efervescencia en contra de Boyer, que después de su larga dictadura, fue derrocado dejando a un grupo sin comando lo cual permitió lograr un momento muy conveniente para acelerar las tímidas acciones de los dominicanos para ser libres.
La noche del 27 de febrero fue el instante de una romería a la criolla. Fue ocasión de que los trinitarios aceleraron el proceso medio improvisado. Pero existían las intenciones y esfuerzos para lograr la separación isleña que se hizo sin derramar sangre. Fue una nación forjada por el valor y el arrojo de los jóvenes trinitarios que supieron aprovechar la veteranía de algunos burócratas que se hicieron cargo de los primeros instantes de la junta gubernativa.
La República Dominicana nació por el instinto de liberarse del poder negro. Este no era compatible con el criollo de raíces españolas pese a tener los rasgos físicos bastantes similares, pero muy distintos en cuanto a las creencias religiosas sin la brujería que dominaba a los de occidente con su población negra liberada e independizada en 1804.
El nacimiento de la nueva nación americana fue un parto sin dificultades pero asediada por los mas oscuros intereses de quienes querían aprovecharse de esa débil criatura sin fuerzas para defenderse. Pululaban las ambiciones desmedidas de sus ciudadanos y de las oleadas de invasiones occidentales que vendrían semanas después que el país dominicano anunciara sus propósitos de transitar su destino sin ataduras pese a la inconformidad haitiana que desde el 27 de febrero de 1844 estuvo en contra de la decisión de los habitantes orientales que se libraron del yugo occidental. Haití se sintió despojado de su joya y hoy ellos contemplan su territorio languideciente por la aridez que lo han llevado sus incultas generaciones. Y todavía pretenden resucitar su pasado apabullante.
Nunca seremos libres y soberanos mientras los vecinos occidentales sean cada vez mas pobres y desafiantes viendo a sus vecinos progresando después de habernos pisoteados por 22 años.