La comunicación es un proceso dinámico e interactivo, en el cual siempre intervienen los mismos elementos esenciales: emisor, medio o canal, mensaje y perceptor o audiencia. En este orden, podría decirse que la buena o mala intensión de la comunicación radica en los objetivos que pretende lograr el emisor con el mensaje. Ya sea en el contexto social, interpersonal, político, comercial, institucional o mediático, el mensaje aporta el mayor nivel de incidencia en el comportamiento de las audiencias. En pocas palabras, la buena o mala intención del emisor está en las formas y contenidos de sus mensajes.
En estos tiempos, impactados por los efectos negativos del COVID-19, en los que, por demás, las formas tradicionales de comunicarse, relacionarse e informarse han cambiado de manera radical. Los emisores están compelidos a estudiar y conocer con mayores niveles de profundidad el estado emocional que caracteriza a los receptores de mensajes, así como la efectividad de los medios o canales. Sin duda, la realidad psicosocial actual ha facilitado que las audiencias centren más su atención en los contenidos del mensaje y las formas empleadas para transmitirlos.
Hoy, los receptores o audiencias disponen de más tiempo para analizar las buenas o malas intenciones que acompañan a los emisores cada vez que elaboran y difunden determinados mensajes. Por ejemplo, los que pretenden ser presidentes, senadores y diputados de la República Dominicana, deberían saber que la acción de dar limosnas a los más desposeídos, no es un mensaje creíble. Es decir, la intención de posicionarse como el Llanero Solitario en medio de una crisis sanitaria, social y económica como la actual, es un mensaje que las audiencias no interpretan positivamente.
La intención del mensaje está presente en todo lo que piensa, decide, hace y dice el emisor. Éste siempre tiene una intención con el mensaje: mejorar su posicionamiento, construir y difundir un perfil favorable de su imagen pública, incrementar el número de adeptos a sus proyectos, vestirse y mostrarse como un Mesías prospero de carne y hueso, ocultar sus debilidades cognitivas, a la vez que resalta su habilidad pragmática. El nivel de capacidad critica de las audiencias no es homogéneo. Siempre habrá un segmento de las audiencias con capacidad para analizar la buena o mala intención del mensaje. Desde esta perspectiva, son muchos los políticos, los empresarios, los sindicalistas, los religiosos y gremialistas que incurren en el error de creer que todos los receptores son idiotas, imbéciles y estúpidos. Las audiencias saben diferenciar las buenas y malas intenciones del mensaje.
La forma y contenido del mensaje son los aspectos que permiten la interacción o desvinculación entre quien lo elabora (emisor) y quien lo recibe (perceptor o audiencia). Por lo general, el mensaje es la información que circula por distintos medios o canales, casi siempre con más de una intención: educar, informar, motivar, persuadir, manipular, captar, atraer, mantener, inducir, convertir, etc. En esencia, el mensaje es lo que controla las decisiones, actuaciones, actitudes, percepciones y opiniones de importantes segmentos de las audiencias actuales.
En sociedades como la dominicana, en las que no existen mecanismos públicos ni privados creíbles y eficientes para fiscalizar la calidad y veracidad de los mensajes que elaboran y difunden emisores provenientes de los entornos políticos, comerciales, corporativos, religiosos, gremiales, profesionales, etcétera, las audiencias corren el riesgo de ser perjudicadas con los contenidos que sustentan los mensajes de dichos emisores. Distintas investigaciones confirman que las audiencias reciben diariamente por distintas vías miles y miles de mensajes, los que de manera inconsciente inciden en la forma de pensar, decidir, actuar y opinar. Es en el mensaje donde se aprecia la buena o mala intención del emisor.
Tanto en el contexto político como en el económico, la elaboración y difusión de mensajes se asocia más a causas negativas que a positivas. La pretensión es imponer la dictadura del mensaje, con la que se busca convertir en necesidad lo que en el fondo no es más que un deseo o capricho. Los productores de mensajes masivos conocen las limitaciones que tienen las audiencias de hoy para diferenciar las buenas y malas intenciones del mensaje.
En las sociedades sin sistemas de consecuencias eficientes, los políticos, los empresarios, los funcionarios públicos tienen luz verde para elaborar y difundir mensajes, cuya intención no es otra que crear percepciones en torno a logros y realidades falsos. Desde los ámbitos político y empresarial, el mensaje masivo ha facilitado que muchos ciudadanos vean y crean cosas que en realidad no son. Así las cosas, el mensaje es el nervio central de cualquier tipo de comunicación, ya sea mediática o humana. En resumida cuenta, la buena o mala intención del emisor se expresa en los contenidos de sus mensajes.
En República Dominicana, al igual que en otros contextos del mundo, la intensión deliberada del mensaje de la comunicación política, comercial y corporativa, consiste en crear y mantener determinadas percepciones individuales y colectivas en torno a realidades inexistentes. Se ve y se siente, el propósito del mensaje de la comunicación mediática actual es el de crear y mantener una percepción de progreso y bienestar colectivo que solo existen en las mentes malintencionadas de determinados emisores.
No es simple casualidad el hecho de que las dictaduras políticas y los monopolios corporativos traten de controlar los medios y la difusión de mensajes. Recuérdese que en la dictadura una sola persona gobierna, decide y actúa con poder absoluto, sin someterse a ningún tipo de limitaciones y auto-concederse la facultad de promulgar y modificar leyes a su voluntad, para lo cual es imprescindible apoyarse en el concepto del mensaje único. También, las corporaciones y empresas sustentadoras de las grandes marcas saben y conocen el valor estratégico del mensaje, en cualquier tipo de comunicación. .
La estructura, la forma y contenidos de los mensajes que sustentan las diferentes modalidades comunicacionales en República Dominicana, solo han contribuido a legitimar prácticas, hechos y discursos que no se corresponden con la realidad social, política y económica que viven y padecen la mayoría de sus ciudadanos. La mala intención oculta en el mensaje no siempre podrá ocultar los resultados de las buenas y malas prácticas políticas y empresariales.
En la época actual, son escasos los momentos, lugares y circunstancias en los que la intención del mensaje tiende a favorecer los intereses de carácter colectivo. En la sociedad dominicana, tanto hoy como ayer, la mayoría de los mensajes políticos y de marketing han servido de estímulos para que determinados grupos sociales, económicos y políticos logren crear, mantener y cambiar percepciones y realidades con el único objetivo de favorecer sus propios intereses, decisiones, actuaciones y posiciones. Pese a ello, existe un reducido segmento de receptores con habilidades y competencias para detectar las malas y buenas intenciones de los mensajes que elaboran y difunden muchos emisores políticos, empresariales, académicos, profesionales, sindicalistas, etcétera. El mensaje, más allá de los medios o canales empleados para difundirlos, no deja de ser una intención buena o mala del emisor, con la que se pretende perjudicar o beneficiar a determinadas audiencias.
En estos momentos de crisis sanitaria, de paralización del sistema productivo, de falsos Mesías, de lobos feroces disfrazados de mansos corderitos y de elecciones presidenciales y congresuales, se hace necesario percibir y analizar de manera certera la intención del mensaje de los que solo hablan y no hacen, de los que solo hacen y no hablan, así como de los que hablan, hacen y proponen de manera simultánea. Hoy, las audiencias tienen que leer la intención de los mensajes desde la perspectiva del pensamiento, de la práctica y el discurso del emisor. En ocasiones, la intención del mensaje consiste en mostrar y colocar al villano como si fuese un héroe de crisis.