O el periodista lo interpretó mal o el doctor Wilson Gómez no se expresó con suficiente claridad o ambas penas a la vez, lo que no es extraño en este oficio ni en el mundo en el que vivimos, donde a pesar de lo bien comunicados que estamos a veces resulta difícil entendernos los unos a los otros.
Lo digo porque me sorprendió que un periódico considere una “denuncia” que el Instituto Duartiano declare que haitianos y sus familias se instalan de forma masiva en residenciales del Gran Santo Domingo, razón por la que demandó que el Gobierno tome medidas más eficaces para controlar la presencia haitiana que, según el doctor Wilson Gómez, afecta al país con nuevas inversiones que incluyen áreas emblemáticas, culturales e históricas.
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¿Desde cuando, vale preguntarse a continuación, tienen los haitianos prohibido invertir en República Dominicana, bien sea en apartamentos o residencias familiares o en cualquier empresa o negocio siempre y cuando sea legítimo y respete las leyes del país?
Que se lleve el antihaitianismo a tales extremos inquieta por lo que tiene de irracional y peligroso, lo que hace que uno se pregunte, consciente de que el odio puede ser gratuito como ha demostrado tantas veces la Historia, qué se persigue con esa exhibición de intolerancia hacia nuestros vecinos, sin cuya mano de obra, por cierto, estaría en riesgo la seguridad alimentaria del país.
Así lo recordó ayer el presidente de la Asociación de Comerciantes e Industriales de Santiago, Sandy Filpo, al expresar su preocupación ante las dificultades que asegura enfrentan empresarios y productores agrícolas para lograr que sus empleados de origen haitiano puedan obtener el estatus legal de residentes. Y no es el primero que lo dice ni será el último ya que se trata de una realidad tan evidente como inocultable, aunque algunos sectores, cegados por un antihaitianismo enmascarado de nacionalismo, se niegan a ver una verdad del tamaño de la isla que compartimos.