La irresponsable frivolidad

La irresponsable frivolidad

Dicen, no escuchan, pontifican no cotejan. Están, esas personas, prevalidas de la contundencia de sus aseveraciones, del impacto de la futilidad y del atrevimiento de sus latiguillos en el colectivo. Ese conglomerado ágrafo, con títulos y prestancia, que atiende y funciona gracias a la emoción y al encanto de las palomas mensajeras. Sin capacidad ni intención para hurgar, investigar, repara en la vistosidad del plumaje y la palabra se pierde en los vuelos que permiten la agitación y el instante. Asumen la falacia como perogrullada sin rubor alguno porque la honra y la deshonra no les competen. La apuesta al derrumbe camina rápido, aunque desconozcan la profundidad del abismo. A fin de cuentas, cuidar instituciones no es su apuesta, derruirlas sí, aunque ignoren su funcionamiento y les interese poco conocerlo. Cumplen, con encanto y frescura, el mandato acordado. Siempre se compensa la actitud y el premio es aceptado porque los pecados solo otros los cometen. El anhelo es el like y ser tendencia, la aspiración es aumentar acólitos virtuales y enardecidos que piropean y provocan satisfacción. Para esas personas aferradas a los escasos caracteres del tuiteo, buscar leyes, analizar sentencias, reglamentos, resoluciones, restaría tiempo a su cotidianidad cosmética necesaria para vender imagen y “trascendencia.”
Los deslices cometidos por esa especie erigida en liderazgo de opinión, son frecuentes y cuentan con la piedad cómplice. Uno memorable amerita el comentario. En medio de la vorágine que procura demeritar el órgano electoral dominicano, el lapsus amenazaba con afectar uno de los bien montados tinglados prestos para el objetivo primordial: dañar. El panel discutía el resultado de las elecciones Primarias del 6 de octubre y la pertinencia del voto automatizado. La ficción protagonizaba el coloquio, las imputaciones sin prueba sobraban. Como colofón la persona que moderaba y opinaba, a modo de amenaza expresó con donaire: veremos si salen bien el 16 de mayo. Un panelista, quizás mortificado porque el público podía entrever que había escogido la estulticia como contertulia, intentó enmendar el desliz: en mayo no, en febrero. Sin posibilidad de entender la seña la persona advertida acotó sonriente ¡claro! el carnaval. No, es que las elecciones municipales serán en febrero. El camarógrafo fue prudente y la publicidad salvó el dislate.
Errores se cometen a diario y las correcciones permiten las aclaraciones correspondientes. De humanos errar es. El grave inconveniente es que, sin ninguna averiguación, sin ningún acercamiento a la realidad se monta el escenario para que la confusión reine y reditúe. Sin miramientos, repiten inexactitudes y cuando la injuria afecta de manera irremisible, no ha lugar a reparación. La contemporaneidad no prevé el día después, la respuesta al Foro Público aguardaba una semana, la difamación de otrora podía conjurarse con el derecho a réplica, ahora, el instante oprobioso sepulta. La plaza pública es virtual, carece de rostro e identidad. Es catapulta para el agravio sin posibilidad de redención y la banalidad corre más rápido que la sensatez. La desinformación no es condenable, circula como moneda de curso legal. Enrique Rojas había advertido en “El Hombre Light” -1992- la ocurrencia. Texto muy comentado, sin embargo, la firma de Mario Vargas Llosa hizo más extensa la difusión del concepto. “La Civilización del Espectáculo” acopia ensayos del premio Nobel y en el trabajo con el título que sirvió de marca al libro, recuerda, igual que hace Rojas, a “La Société du Spectacle de GuyDebord publicado en el 1967. Rojas asevera que “la apabullante frivolidad permite la socialización de la trivialidad y lo mediocre.” Menciona la fugacidad de criterios y convicciones: lo que hoy secritica acaloradamente, mañana se defiende con ardor y viceversa, añado, sin altear el derecho del autor. Era el principio del “todo se vale” “todo se puede” sin consecuencias presentidas, tal y como ocurre con la agresividad ilimitada expresada en las redes y en los medios de comunicación tradicionales. Con o sin advertencias, peligrosamente, la medianía continuará el disfrute de los devaneos e imposiciones de la sediciosa e irresponsable.

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