Los recientes atentados terroristas de París contra la revista caricaturesca Charlie Hebdo han arrojado una profunda lección: La libertad de expresión tiene un límite.
Es indiscutible que las viñetas insultantes y burlescas de Charlie Hebdo contra el Islam, publicadas al amparo de un ejercicio de la libertad de expresión mal entendido, desataron el dantesco infierno que París vivió el 7 de enero, con el sangriento saldo de 17 muertos más dos terroristas caídos a manos de la seguridad francesa, resultado de la retaliación asumida por extremistas musulmanes que dijeron actuaban a nombre de su Dios y el profeta Mahoma.
Desde Montesquieu, hasta el actual Presidente François Hollande, Francia jamás ha sido cristiana ni mucho menos islámica. A partir de la guillotina revolucionaria, Francia se reputa liberal, laica y atea, pero ahora alberga a más de 5 millones de inmigrantes musulmanes, de los cuales solo 2 millones viven en París, con mezquitas, el Corán y su milenaria tradición secular.
El terror ha unido a Francia. Millones de franceses han desafiado al terrorismo marchando por las calles, encabezados por Hollande y líderes mundiales. Frente a la tragedia, el Papa Francisco ha dejado escuchar su voz admonitoria: “Matar en nombre de Dios es una aberración; pero no se puede provocar, no se puede insultar la fe de los demás. No puede uno burlarse de la fe. No se puede. La libertad de expresión tiene un límite”, ha dicho el pontífice.
De cara a los dibujos de Charlie Hebdo, Francia asumió una actitud contradictoria: Mientras el poder político y los intelectuales las disfrutaban, las autoridades desoyeron las amenazas yihadistas y el poderoso sector empresarial fue tan indiferente, que nada hizo para impedir la bancarrota de la satírica editora. Ahora es el llanto y el rechinar de dientes.
Coincido con el Papa Francisco.