Con el auge de las nuevas tecnologías el alcance de las noticias se ha incrementado de manera vertiginosa, lo que ha permitido el acceso en tiempo real a los hechos que se generan en cualquier rincón del planeta. Empero esto trae consigo muchas veces, una descomunal andanada de datos no procesados que no constituyen información. A lo que se le suma el viejo problema, ahora sobredimensionado, de la veracidad informativa, con el agravante de que en la actualidad estas llegan a un inmenso público, a través de la multiplicidad de medios.
Como consecuencia nos encontramos entonces que, la distribución de noticias falseadas puede ir desde desinformación en los usuarios hasta la detonación de conflictos que incluso podrían tener impacto global. Hechos recientes lo muestran: las elecciones presidenciales de Estados Unidos del año 2016, así como el referéndum para el brexit en Reino Unido, el mismo año. Cabe señalar que, a principios de 2018, tras ser investigado Mark Zuckerberg el CEO de Facebook, por varias comisiones del Congreso de Estados Unidos se hizo público que, más de 126 millones de usuarios estadounidenses resultaron expuestos a contenidos falsos a través de la red social Facebook.
Es que hoy cualquier hecho se ve magnificado por la acción de los poderosos medios de transmisión de noticias que incluso pueden «construir» circunstancias y situaciones que implican realidades procedentes de la invención, que es lo que hoy se describe como posverdad un concepto que refiere a una distorsión preconcebida de la realidad, cuyo fin es no solo implantar sino modelar la opinión pública a los fines de ejercer influencia en las decisiones que pueda tomar la ciudadanía en asuntos políticos y sociales, de una manera tal que, los hechos reales ceden el predominio, al ser las emociones y creencias personales configuradas de manera mediática.
De ahí que, los medios informativos pueden construir realidades propias a veces falsas y a través de la manipulación de la psiquis de los sujetos transformarlas en verdades. No importa que luego se demuestre que era falsa tal «información» servida. Pues el cerebro ya tendrá grabada la primera revelación, siendo irrelevante el posterior desmentido, en caso de que se hiciera. El golpe ha sido ya asestado.
Podríamos citar muchos casos, pero entre ellos podemos resaltar, además de las elecciones estadounidense y el referéndum sobre el brexit en el Reino Unido, el conflicto en Ucrania, el surgimiento y caída del Estado Islámico, la crisis migratoria, la escalada en la crisis por el programa nuclear de Corea del Norte, la crisis Estados Unidos-Irán, la guerra comercial chino-estadounidense, las protestas en Hong Kong, las vacunas, la planificación familiar, etc.
Cientistas como el académico e investigador estadounidense Matthew Carl Sauvage, afirman que, las emociones son uno de los modelos con más posibilidades para el entendimiento del comportamiento del ser humano debido a que la supervivencia es lo principal. Lo que nos da una idea de comunicar de manera eficaz con el electorado tocando temas evolutivos: la supervivencia, la reproducción, implicaciones familiares, el bienestar de la comunidad o de la nación.
Es por ello que, en el actual sistema de cosas, nociones como la hegemonía de algunos países, su invencibilidad, el predominio de sus valores y cultura hacen suponer que no hay otras alternativas para la construcción de un mundo más próspero y mejor, ya que son ideas sembradas de manera sistemática a través del tiempo en el cerebro de los ciudadanos sin que estos lo perciban, para que no reaccionen y piensen que no hay posibilidad de modificación. Sin embargo, esto empieza a cambiar en tanto vemos cierta superioridad científica, económica y tecnológica en otros actores considerados antes periféricos.
El problema como vemos es bien amplio y estriba en que con la desinformación se persigue conseguir una ventaja política a través de impulsar una determinada manera de percibir la realidad de manera colectiva, lo que indica claramente la intención de cambiarla. Entonces la desinformación supone una distorsión de los hechos confundiendo la intención como una información aparente. De esta manera no es necesario que sea falsa en su totalidad pues solo es necesario que sea creíble, para así ser tomada como información útil para las percepciones y valoraciones de determinadas personas, sociedad o cultura en una época determinada, sin ser impuesta.
Bajo estas condiciones la comunidad tiende a justificar la desinformación con la ficción de que se defienden derechos individuales y valores culturales, elevando la opinión a la categoría de verdad. Pero la democracia no se sustenta solo con la opinión. De manera que, si no se garantiza una información objetiva, aceptando los hechos como son en realidad, la libertad de opinión es un circo.