Quién es normal? ¿Quién está loco?.. La normalidad es difícil de establecerla. Las estadísticas hablan y explican el concepto de la norma y de la condición esperada dentro de límites que se cuantifican como normal. La psiquiatría se ocupa de diagnosticar las enfermedades del cerebro, de las emociones, de la conducta, y de las disfunciones en las relaciones interpersonales, familiares, de pareja y grupales. Aun en siglo XXI, muchas personas viven con prejuicios, tabúes y discriminación, en contra los psiquiatras y las enfermedades mentales: ir donde el psiquiatra es “cosa de loco”, o “yo no tomo drogas”, “ni le cuento mi vida a otra persona”, etc. Ese sistema de creencia reforzado ha excluido de los servicios en la salud mental a miles de personas que tienen problemas con el alcohol, que se deprimen, que son ansiosos o violentos, cambian de humor, que maltratan familias, parejas, hijos y amigos, pero no buscan la ayuda debido a que son personas normales. Para un psiquiatra es fácil establecer los cambios del estado de ánimo, o las alteraciones del contenido y del curso del pensamiento, la angustia y la ansiedad de pánico, la dependencia a una droga o un comportamiento o actividad impulsiva y recurrentes.
Pero también, una familia o pareja observa cuando una persona se encuentra afectada de un trastorno en su salud mental que le está alterando su vida, la de la familia, su relación interpersonal, social, laboral o religiosa. Diría que eso se ve, se nota, se siente y se valora que la persona no está bien, debido a que ha perdido la relación consigo misma, con los demás y con las cosas. Esa ruptura con su propio “yo”, o la alteración emocional, de la conducta, de la memoria, del juicio crítico, de la falta de discriminación y de armonía entre su interior y exterior, habla de un estado emocional incongruente con sus pensamientos y conductas. Literalmente está mal, necesita de la psiquiatría. Pero qué decir de aquellas personas que viven en “condiciones normales” y tienen problemas de sueño, actitudes pleitista crónica, mal manejo de la ira, acosan en el trabajo, persiguen y le hacen daño a personas, parejas y familia, parecen normales, pero algo dice que no van bien. Esa normalidad que bordea y huele a disfuncionalidad, a veces es difícil de diagnosticar o buscar la ayuda, pero su riego es crónico e inestable. La personalidad y la hoja de vida de un ser humano son dinámicas e impredecibles si la personalidad es inmadura, con falta de habilidades y destreza en manejar conflictos de forma saludable y armónica. La normalidad se hace difícil desde la salud mental cuando se ocupa de áreas como: la felicidad, el bienestar, la satisfacción, equilibrio, la espiritualidad, la moral, la ética, la dignidad, el auto-cuidado, el merecimiento, el sentido de vida y la transcendencia. Pero sobre todo, aprender a vivir en una sociedad que apuesta al desapego, al desafecto, la ruptura de vínculos, a la valoración de lo tangible y del confort, para vivir y existir en la lucha constante de un mercado, de una individualidad y de un desmoralización sin esperanza como predecía Sulliman. Para el 2020 la depresión, la ansiedad, las drogas, el suicidio y las rupturas de familia y parejas serán lo que ocuparán los servicios en salud mental.
La normalidad va ser cada día un difícil camino. Las personas tendrán que hacer lo imposible para controlar sus riesgos, medir sus consecuencias, y aportar a una vida con equilibrio, equidad y eficacia. Tendrán que aprender y reaprender emocional y conductualmente o dosificar sus hábitos y no hacerse víctimas de ellos. Es evidente que los más vulnerables en su personalidad serán más víctimas de sus propios estresores psicosociales.
La normalidad es difícil asumirla sin una espiritualidad sana, sin las frustraciones superadas y sin una vida asumida desde las actitudes emocionales positivas que sirvan para una convivencia y una existencia humanamente aceptable.