Despreciado el recurso de las ideas y debate bien articulado, la lógica clientelar encontró en el dinero la vía incuestionable para degradarse. Atrás quedó el esfuerzo y la dedicación del militante, poniéndose a merced de recursos económicos destinados al trabajo político. Resulta materia de soñadores el hablar de las escuelas de formación política, abriéndole el apetito al ejército de díscolos siempre aptos para cualquier aspiración.
Y en el terreno de los hechos, la logística y necesidad de tenerla a disposición en el día crucial, es lo que caracteriza el entusiasmo de los electores y eslabón básico en la victoria. Ahora bien, el mal hábito tiene sus estimuladores que, una vez construida la popularidad y éxito en la cresta del Presupuesto Nacional, desconectados de esa fuente inagotable del dinero miran sus horas de infortunio electoral bajo la justificación de que otros siguen actuando en la misma dirección que ellos. Por eso, creen que la fiebre está en la sábana sin reconocer la madurez de los ciudadanos y las modalidades del castigo combinado con el cierre de los ciclos políticos. No obstante, será el sentido de compromiso, formación, carisma e inteligencia política el factor clave para alcanzar la respetabilidad de la gente.
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La jurisprudencia es sabia, y en ese orden cerró las compuertas de los creídos que, la condición de opulentos los hacía invencibles. Ni Donald Reid Cabral, Carlos Morales, Jacinto Peynado, Secundino Gil Morales, Fernández Mármol, José Antonio Najri, Camilo Lluberes, Miguel Vargas Maldonado, Eduardo Selman y Gonzalo Castillo, alcanzaron la meta de colocarse la banda tricolor en su pecho y subir las escalinatas palaciegas.
Balaguer, Peña y Bosch, expresaban la fuerza del talento fundamentando liderazgos. Ahora, la distorsión con etiqueta de potencialidad electoral anda en el tropel de recursos económicos y agendas financieras de algunos intereses privados que, intentan hacer de la primera magistratura de la nación, un acto de inversión para colocar uno de los suyos. Desde esa óptica, los peligros para la democracia son previsibles. Por eso, los gritos del uso de los recursos públicos salen de labios de los arquitectos de manías muy dañinas a la cultura política. Esencialmente, porque en el justo balance, su maestro y fundador tendría razones para estar intranquilo en el más allá, cuando observa sus alumnos distorsionando la lucha partidaria por la fuerza de las papeletas. Sumen y resten: en los últimos 20 años gobernaron 16, y pretenden transferir culpas a los recientes inquilinos del aplauso y victoria electoral. ¡Qué timbales! Juzgar por su condición nunca ha sido de inteligentes. De ahí la torpeza argumental de entender que todos poseen el mismo librito. Nos es que prefieren a “otros”, es que a ustedes no los quieren.