Campeona mundial en siniestros viales ha venido a ser República Dominicana con balance de 64.6 accidentes con daños personales graves por cada 100 mil habitantes y tres carreteras troncales en las que las posibilidades de destrozarse con todo y vehículo van desde casi un 80% en la ruta al Sur hasta un 74% y 40% hacia el Norte y el Este.
No desplazarse absolutamente en automotores, a pie o en bicicletas, pues las ciudades son también de mucho peligro vial, sería a la luz de las estadísticas más confiables, la más segura forma de preservar la vida y lo invertido en medios de transporte propios.
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A simple vista está el desorden devaluador de la existencia humana con conductores y choferes lanzados como gladiadores a interferirse anárquicamente en el derecho a circular rompiendo reglas que de valer quitarían a muchos ciudadanos el miedo a perecer en las junglas de asfalto.
Las autoridades deberían llevar seguridad a toda ruta con vigilancia, persecución y sanciones, pero son tan cuantiosas las transgresiones, con millones de motociclistas incluyendo a numerosos de ellos en total desenfreno, que poner orden es un desafío para titanes.
Someter a la obediencia a la enorme masa de individuos al volante y al timón tiene que cobrar una fuerza correctiva que nunca se ha visto; que como novedad restauradora del principio de autoridad tendría que ser gradual, precisa e inmediata. Comenzar a ser firme e intransigente en hacer respetar la Ley de Tránsito.