Estamos viviendo este tiempo como si fuera el tiempo de siempre. Como si fuera posible que después de haber vivido la experiencia de haber visto paralizarse el mundo, pudiéramos seguir siendo los mismos.
Como si luego de haberse implantado el miedo en nuestro genoma,
-aún antes que la vacuna-, podamos salir un buen día a la calle y ser quienes fuimos. Actuar como siempre y reaccionar a los distintos estímulos como antes lo hacíamos.
Queremos responderle a los versos de Pablo Neruda en el sentido de que no, “nosotros los de entonces ya (no) somos los mismos”. Todo lo que habíamos construido se ha desmoronado un poco, como un castillo de arena, derrumbado por las olas y el viento, sigue estando, el agua y la arena y tal vez nosotros, que vimos el castillo desaparecer ante nuestra mirada, así desapareció el mundo como lo conocíamos.
Una respiración cansada denota la apatía que nos produce tener que comenzar otra vez, y la certeza de que igual lo construido podrá volver a ser arrastrado por las aguas, renueva este viejo contrato con la apatía a que llama nuestro cerebro. Dicen los sabios que el repositorio del alma es haragán y por lo tanto, no siempre es buen consejero o colaborador cuando requieres hacer labores titánicas.
En toda la historia de la humanidad nunca como en estos casi dos años de pandemia por COVID-19 las personas habían hecho tanta conciencia de las limitaciones de la vida. Lo consabido de que el instante final puede ser cualquiera se asentó en nuestro sistema de creencias de tal manera, que, no es un despropósito si consideramos que cambió nuestras prioridades.
Existe algo invisible que paraliza todo, que vuelve nuestra realidad continuada en un escenario caótico, en una “Cantinflada” colectiva. Es el mundo de la neurosis y la histeria queriendo ser ocultado por una cierta rigidez mental que nos quiere obligar a pensar y a asumir que aquí “no ha pasado nada”. Estamos viviendo precisamente en un tiempo donde la humanidad ha tenido la “oportunidad” de ser testigo y a la vez protagonista de uno de los eventos de salud más impresionantes que ha sufrido la humanidad.
Le hemos puesto atención en el sentido de llamar y exigir guardarse, cuidarse y cuidar al otro. Hemos sido insistentes en juzgar, criticar y demonizar la conducta que no se compadece con los parámetros “oficiales” esperados, establecidos y de antemano “penados”.
En un espacio donde de repente todos pudimos habernos convertido en reos de la policía, en presos de una noche, de conocer una “perrera” de una cárcel que se nos impone para obligarnos a “protegernos” mientras nos desprotege de todo: en un vehículo lleno de personas sin distanciamiento ninguno y en un espacio de hacinamiento en el que pocos quieren verse.
Esas mujeres, jóvenes, señores y señoras, profesionales y militares culpabilizados públicamente a través de vídeos virales donde la impotencia se hacía reaccionaria, no estaban respondiendo a la autoridad por ese momento, sino por la impotencia de la situación y por el miedo. No nos gusta y menos contar los muertos de los accidentes de tránsito a causa de no querer desobedecer la hora del toque de queda.
Hemos jugado con la libertad y hemos cambiado nuestros paradigmas y nuestro accionar a través del miedo a contagiarse, a contagiar, a infringir las leyes y a tener que enfrentarse a un sistema establecido para coaccionar a la fuerza. Es que pasamos de la Plaza de la Bandera, defendiendo nuestros derechos a pedir encarecidamente que nos encierren, que nos desacrediten, que nos maten si es necesario. Nos pusieron unos en contra de los otros, el pueblo llano está convencido de que sus iguales no “sirven”.
En circunstancias cómo estas, de tanto dolor y pérdidas familiares, económicas de salud, de espacios de libertad, de recibir compensaciones afectivas más allá de nuestros círculos -y los que no tienen nada de lo antes mencionado-, no hemos prestado atención a la salud mental, ni a la individual ni a la colectiva.
Las crisis de salud que ha vivido la humanidad no guardan relación con la que hemos vivido en el Siglo XXI ya que al ataque del virus Covid-19 es un ataque invisible a la salud corporal, pero la presencia y permanencia de una incontrolable profusión de información sobre el mal y su capacidad destructiva a través de las redes sociales, potencia la capacidad de estresar, dañar y matar del virus.
Tener un virus contagioso, que mata y al que todos estamos expuestos, validado y a la vez cuestionado por millones de post, en notas, audios y vídeos simultáneamente, es lo suficientemente aturdidor como para sembrar la duda.
¿Acaso la siembra de toda esa información relacionada con atentados macabros y misteriosos de disminución de la raza humana no es la causa más ostensible de la negación del pueblo -que vive y opina en la red-, a vacunarse?
Nos hemos vuelto sicarios de la palabra, jueces del quehacer del otro, elitistas en el conocimiento y en el proceder.
Parece mentira que eso que la muerte o el miedo a la muerte, que nos enfrenta a una realidad que es común a todos, que nos homogeniza como humanos vulnerables por igual: nadie nace o muere distinto que otro ser humano, cambia el escenario, pero es la misma y con las mismas consecuencias para todos: lo dijo un poeta insilenciable: René del Risco “la muerte nos hace iguales”.
También la pandemia nos hizo iguales, exigentes con el otro, insensible con los otros, intachables nosotros en comparación con los otros y al final, todos estamos matando la esperanza, porque estamos convenciendo a todos de que no somos capaces y de que no somos suficientes.
Hemos llenado la tierra de incertidumbre y la respuesta es esta gran confusión, confusión que el dominicano de a pie, con teteo y sin él, ha resumido en el dicho popular en la voz de Bulin 47: “esto no se sabe donde vayas a paral”.
No. No sabemos y tal vez sólo puede saberlo el que se crea dueño de la idea, de la acción y de la respuesta. Este mal que vivimos los que hemos sobrevivido a la pandemia como virus clínico más no al virus de la sobre información a la sobre reacción ante lo más nimio qué pasa.
En conclusión somos todos peces de una misma red, ahora no hay distancia entre el medio, la mass media, la masa, el receptor y el emisor. ¿Quién nos impone su agenda?, ¿quién válida a quién? La mentira le da la vuelta al mundo… y cuando la verdad se pone los zapatos, los que oyeron antes y los que oirán ahora, no son ningunos los mismos.
Estamos enfermos y necesitamos vacunarnos contra la idea de que estamos todos bien. Más o menos como la respuesta de la esposa enfadada, a quien nunca le pasa “nada”. Pongamos atención no solo al papel de los otros, sino también al que nosotros estamos jugando sin que el doctor Zaglul pueda desde tan lejos analizar.
La escritora e investigadora Ilonka Nacidit puso el final, sin querer a este artículo al enviar este broadcast por wasap en el momento justo: “este país está a punto de desfallecer de asfixia moral, por falta de autoridad y falta de misericordia de unos hacia otros”.
Hemos llenado la tierra de incertidumbre y la respuesta es esta gran confusión, confusión que el dominicano de a pie, con teteo y sin él, ha resumido en el dicho popular en la voz de Bulin 47: “esto no se sabe donde vayas a paral”.