En el primer tomo de las Obras completas de E. O. Garrido Puello que la Sociedad Dominicana de Bibliófilos da a la estampa en su medio siglo de recuperación de autores y obras olvidados, Garrido Puello, como testigo de aquel espectáculo grotesco que ofrecieron el capitán Williams y los soldados norteamericanos al pasear el cadáver de Olivorio Mateo por San Juan, se propone en Olivorio, ensayo histórico (1963), dar una versión más como contemporáneo del trágico acontecimiento que como historiador. Nuestro autor sabe que el historiador no debe “torcer para un lado ni para otro” tampoco manifestar, como hace Garrido Puello, juicios de valor.
Testigo del morboso espectáculo de junio de 1922, Garrido Puello tiene opinión de primera mano de cómo era físicamente el místico de La Maguana; e igualmente recogió el testimonio de Cecilia, una de las hijas de Olivorio que le aseguró que su padre, poco antes de morir, le había dicho: “‘Ya llegó la hora’. Midió siete pies diciendo: ‘Eso es lo que se necesita para un muerto’. Luego le agregó: ‘No dejes camino real por vereda; no preguntes lo que no te importa que cuando la noticia sea vieja la sabrás; no compres espejo que en el espejo de otro te mirarás’. El cuerpo de Olivorio”, señala Garrido Puello, “fue envuelto en yaguas, amarrado con sogas huelas. En macabra procesión fue trasladado a la ciudad de San Juan de la Maguana y, depositado en el parque de recreo, donde se convirtió en ruin espectáculo para muchedumbre de curiosos. La diversión, tonta y zafia, fue vulgar y barata. El cadáver se hizo identificar por personas calificadas y se retrató para conservar las pruebas documentales del deceso. La identificación destruyó la leyenda de su inmortalidad. Los periódicos […] de San Juan de la Maguana, publicaron amplias informaciones sobre este importante acontecimiento” (t. 1, pp.165-166).
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La descripción que proporciona el director de El Cable es de un testigo que además lo conoció personalmente durante la guerra del 1912 que lideraban José del Carmen Ramírez y Luis Felipe Vidal contra el Gobierno de Eladio Victoria, después de la muerte del presidente Cáceres en 1911: “Olivorio era bajetón, mulato oscuro, pelo crespo, frente amplia, barba y bigotes largos y descuidados y un peso aproximado de 175 libras. No sabía leer ni escribir. Era miembro de una familia muy numerosa, cuya cabeza visible era su hermano Carlitos. Trabajaba como jornalero y usaba soleta. Como jornalero su especialidad era construir empalizadas. Le placía empinar el codo y proferir palabras groseras y subidas de color. Luego fue peón de Juan Samuel, un habilidoso cocolo que ejercía los oficios de brujo y curandero y que había aparecido por los campos de San Juan de la Maguana en 1907, seguido de un harén y amparado por la indiferencia de la época, propicia a las vulneraciones de la ley y la moral”. (p.148).
Los generales Ramírez y Vidal juzgaron oportuno el apoyo del popular líder religioso de La Maguana para combatir el Gobierno de Victoria. Durante ese levantamiento armado Garrido Puello, que era lugarteniente del general Ramírez no pierde la ocasión para contar una anécdota en la que Vidal se burla de su ocasional aliado (Cfr. p.160).
Las parcializadas opiniones del autor de Olivorio, ensayo histórico han provocado vívidas polémicas que tratan de descalificar el trabajo de Garrido Puello. Sin embargo, hay que admitir que, a pesar de su animadversión a esa “religión” y al “ungido” de La Maguana, su ensayo histórico se apoya en seguidores y familiares del “santo”; su habilidad como autor de narraciones le permite, a pesar de su marcada aversión al curandero, contar la historia de Olivorio Mateo desde los inicios de la “cruzada” hasta su muerte el 27 de junio de 1922.
Esa “hermandad”, según Garrido Puello, estaba integrada por forajidos de otras regiones dominicanas y, considera, si sus seguidores fueron numerosos fue por culpa de la lenidad de las autoridades en un país convulso en donde reinaba un enorme desorden institucional después de la muerte de Cáceres. La presencia de gente armada fue lo que inquietó a las autoridades y, en lógica deducción, el Gobierno militar del ocupante norteamericano no podía tolerar un ejército de creyentes fanatizados y decidió entonces eliminar a Olivorio Mateo. Traicionado por uno de sus acólitos, fue sorprendido al oeste de La Maguana, en La Hoya del Infierno en las cercanías de Bánica. Ese trágico día del verano de 1922 nació la leyenda.
Es evidente que para E.O. Garrido Puello el racionalismo de su formación hostosiana (positivista) no le permitía aceptar ni ver con simpatías al olivorismo. Su valioso trabajo se ve afectado por su toma de posición en contra del movimiento mesiánico encabezado por Olivorio.
Olivorio, ensayo histórico, hay que verlo en el contexto del año de su publicación: 1963, un año después de que el Consejo del Estado autorizara un ataque contra los mellizos de Palma Sola que habían revivido la “hermandad” olivorista. La represión al santuario de los oliboristas de Palma Sola el 28 de diciembre de 1962 dejó un saldo todavía desconocido de muertos incluido el extraño asesinato del general Miguel Rodríguez Reyes, dos meses antes de la toma de posesión de Juan Bosch, candidato ganador en las elecciones presidenciales de 1962.
Es en ese contexto que Garrido Puello decide dar a la luz su trabajo redactado mucho antes de los trágicos eventos de Palma Sola. Es evidente que su obra adquiría de pronto una actualidad que su autor no contempló mientras redactaba su ensayo histórico, pues pronostica que el olivorismo perecería con la muerte de su “profeta”.
Predicción infeliz desmentida por el éxito de los mellizos de Palma Sola que no desmerita el valor testimonial de una obra basada, como explica el autor, en informaciones suministradas poco después de la muerte del iluminado por familiares y acólitos del “santo” de La Maguana. Tampoco hay que atribuirle al “mesías” sanjuanero cualidades que no pretendía tener como la que más éxito tiene entre ciertos antropólogos e historiadores de que enfrentó a los norteamericanos para defender la soberanía dominicana, cuando sencillamente defendía su “hermandad”.