La música y el cerebro

La música y el cerebro

José Silié Ruiz

Escribimos hace unas semanas sobre la música y recibimos pedidos de amables lectores de que ampliáramos el tema y asumimos, de ahí esta entrega pues lo prometido es deuda. La música, definida como el arte de ordenar los sonidos en notas y ritmos para obtener un patrón o efecto deseado, se une al lenguaje en formas diferentes como los recitativos, el canto, la poesía, las inflexiones del lenguaje cotidiano o la notación musical. La música es innata a la mente humana. No hay una sola cultura en el mundo sin música, y nuestros cerebros están diseñados para capturar su magia y conmoverse con ella. ¿Cómo llega la música al cerebro? ¿Qué se necesita para escuchar la música? Todo se inicia en las dos “parábolas”, situadas ambas orejas en puntos simétricamente opuestos laterales en la cabeza. Ningún animal (incluyendo al hombre) puede dormir sobre las dos orejas al mismo tiempo, son ellas las que reciben los sonidos en principio. Tras la recepción de los sonidos en el oído el nervio auditivo (8par craneal) este trasmite la información al tronco encefálico (tallo cerebral, que comunica con la médula espinal). La primera zona de conmutación es el núcleo coclear, parecido a un caracol y que consiste en una estructura en el oído medio donde se trasforman los sonidos en mensajes de nervios y vías eléctricas hacia el cerebro.

El tálamo es una especie de almendra grande profunda en el cerebro y es el que permite el paso de las informaciones hacia la corteza cerebral o las reprime, esto nos permite determinar de qué dirección provienen los sonidos. Este efecto de compuerta posibilita, entre otras cosas un control selectivo de la atención; así, por ejemplo, podemos distinguir un determinado instrumento en medio del sonido global de la orquesta. Desde el tálamo las señales van a la parte de la corteza auditiva del lóbulo temporal (debajo de la sien). A lo largo de esta “vía auditiva ascendente” del oído interno a la corteza auditiva, se suceden análisis cada vez más depurados de la información musical. La parte anterior recibe algunos tonos, la parte posterior asimila patrones musicales.

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La estación final de la audición musical en el cerebro es la zona llamada corteza auditiva primaria sobre la circunvalación superior del lóbulo temporal, es llamada la circunvolución de Heschl.

En puridad de verdad, a todos los humanos a menos que tengamos “amusia”, que es la incapacidad de apreciar la música por lesión cerebral, nos gustan las melodías. Lo segundo creado por el hombre en su desarrollo luego de los instrumentos para alimentarse, fueron los instrumentos musicales, lo que habla de que ese sentido rítmico, sonoro y tonal es inherente al cerebro humano. Lo que sí nos diferencia es la capacidad individual para transformar esa percepción musical en emociones particulares y como tal son privativas e individuales de cada uno de nuestros cerebros. Ahí radica, en esa función mental superior del lóbulo temporal, la diferencia entre el cerebro primario y el cerebro con mejor gusto armonioso. Sustentamos que hay una “música inteligente”, la de muy buen gusto, que tiene intensidad, duración, timbre y tonos, combinados con adecuados, ritmo y sonoridad, que no tiene que necesariamente ser llamada “clásica”, solo hay buena o mala música Hay “otra”, una muy moderna, que no debe llamarse “música,” pues esa está muy cerca de los ruidos de los primeros “birimbaos” que creó el hombre prehistórico para acompañarse en sus noches de soledad en las cavernas.

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