Todos los hombres tienen el mismo derecho a pensar, creer y poseer
El ser humano, por su naturaleza material como espiritual, tiene tendencia a compartir su existencia con otros. Para subsistir requiere del intercambio con los demás. En mayor medida de lo que él mismo es capaz de suponer.
Alimentación, vivienda, vestimenta, cualidad sentimental y hasta religiosa, requieren la presencia y la respuesta de los demás. Pero al mismo tiempo los seres humanos también se resisten de alguna manera a que se les coarten sus posibilidades. La fuerza vital de su personalidad los lleva a tratar de romper cualquier cosa que los obligue a una determinada manera de pensar, vivir, sentir o comunicarse.
Ni el individualismo absoluto ni el colectivismo aplastante es aceptado de manera prolongada por los seres humanos síquicamente sanos. Para algunos estudiosos, cualquier ideología o sistema social que implique soledad o anonimato absoluto, serán, a la corta o a la larga, repelidas.
Sin embargo, la relación humana en comunidad exige una cierta dependencia, o mejor dicho, interdependencia de las personas que al establecer la sociedad, se comprometen a ciertas reglas de juego que permitan la doble exigencia de lo personal y lo comunitario.
La vida en sociedad está llena de acuerdos tácitos o expresos que implican al mismo tiempo responsabilidades y derechos. Si solamente hubiera responsabilidades, el hombre se convertiría en un ser ensimismado. Si solamente existieran derechos, el hombre terminaría siendo un ser anárquico y antisocial.
Partiendo de los conceptos anteriores, analizados y conducidos hasta las últimas consecuencias, cualquier estructura social, religiosa o política que tenga como objetivo coartar la realización plena del hombre, tendrá resistencia. Una sociedad que estuviera estructurada con fuertes restricciones a la creatividad o a la libertad fundamental de las personas, sería contraria a su naturaleza humana.
Los seres humanos, aún sin gran conocimiento educativo, tienen conciencia sobre las cosas que les son imprescindibles para subsistir. Pero se resisten a ser sometidos por la fuerza. Porque quieren por encima de todo, realizarse como personas libres.
Algunos teóricos dicen que existen tres elementos que podrían considerarse valores irrenunciables para los seres humanos: tener, poder y ser. Cuando se sobreponen en detrimento de ellos, surge la resistencia. En tal sentido, nada ni nadie, persona, sistema o sociedad, debe pretender someterlos sin permitirles pensar y actuar libremente.
Tampoco poseer la mayor cantidad de bienes en detrimento de los demás. Sea arrebatárselos o infringiendo las leyes de la convivencia. Porque todos los hombres tienen el mismo derecho a pensar, creer y poseer, dentro de los límites que la propia convivencia humana establezca. Sin que nada ni nadie se lo deba impedir.
Estas consideraciones llevan a la conclusión de que el ser humano siempre estará presto para la realización personal y para la vida en sociedad por medio de la participación.
Los principios de libertad, justicia, fraternidad y colaboración están impresos en el corazón humano. Y por tanto constituyen las bases de la sociedad auténticamente humana. Solo falta que la inteligencia se coloque por encima de las pasiones y actúe conforme a la verdadera convivencia inspirada en el humanismo cristiano.