Para las mujeres que nos movemos en ambientes feministas, conocer que el hombre también está haciendo un cambio en su pensar, abogando por una conversación justa e igualitaria entre géneros, es un reconocimiento importante. El hombre, al igual que nosotras, busca seguir el ritmo de la llamada modernidad, que no se trata solo de avances tecnológicos, sino también de ajustes en el modo de pensar y actuar.
Según la socióloga Paloma Bahamón, esta nueva masculinidad tiene que ver con un proceso muy individual de “despertar a una consciencia universal”, por decirlo de alguna manera. Este puede ser el resultado de ciertas estructuras patriarcales que se están diluyendo, pero, más que eso, tiene que ver con hombres que se han autoeducado, que ya tienen una madurez para asumir una paternidad completa. Ellos han tenido un proceso de educación y consciencia, un bagaje cultural. No son machos miedosos de perder masculinidad, sino hombres que entienden que la masculinidad no riñe o no descansa en posturas de dicotomía, donde puedo decir que eso solo le compete a las mujeres. Ellos han superado los clichés.
Toda esta (r)evolución viene acompañada siempre de cosas cotidianas como es arreglarse el cabello. Hoy por hoy, un hombre no teme a acercarse a un espacio de belleza y solicitar un servicio que lo haga sentirse más acorde con lo que piensa, soltar algunas ataduras a las que los hombres han estado impuestos por décadas, en pro de mantener una imagen “masculina” o pulcra. Como consecuencia de esto, los estilos se tornan un poco más orgánicos y aquella idea de que hay que llevar el cabello tipo militar, con cerquillo y rostro siempre recién afeitado, se va desvaneciendo, dando paso a hombres que entienden que con un cabello más o menos largo, que con una barba, que con cortes más atrevidos, no ha perdido su libertad, si no que ha ganado autonomía.
Aquella práctica trujillista de mantenernos todos a raya, de vernos iguales y ser manada, cosa que en aquellos momentos de dictadura afectaba, en mi pensar, más al hombre que a la mujer, pues nosotras de alguna manera podemos jugar con algunos estilos y encontrar un punto de comodidad ante lo impuesto, sin embargo después de pasar la #2 de una máquina esquiladora por tu cabeza, no queda realmente mucho con qué jugar.
Recordemos que la libertad de expresión comienza justamente con cosas que se transmiten sin pronunciar palabra.
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