Era frecuente que mi abuelo concediera temporalmente “a medias” una porción de terreno a un vecino sin tierra, para que la cultivara y compartiera el producto de la siembra con él.
Tindico era un joven hacendoso, de buen temperamento, que en una parcela iba levantando un sembradío de yuca, que prometía una excelente cosecha si no era afectado por una sequía, una vaguada o una plaga de gusanos.
Lo recuerdo muy bien, porque a mis cinco años tenía una mezcla de miedo y repugnancia a aquellos gusanos que arrasaban un yucal y que luego se arrastraban hacia los conucos de los vecinos. Eran demasiados, con tal diversidad de colores y pliegues de ingrata apariencia, que a adultos y más a los niños nos producían una mezcla de temor y asco.
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La mala ocurrencia de Tindico fue tomar un ramo de yuca lleno de gusanos y hacerme correr despavorido hasta la casa; uno de los peores momentos de mi primera infancia. Pero cuando él se marchó para su casa esa tarde, me metí en su conuco y le quebré toda rama de yuca con y sin gusanos, lo que provocó en él una gran tristeza, porque ya su yucal no podría reponerse jamás.
Nunca lo volví a ver, ni nada tenía qué reclamar, porque todos supieron de la maldad que él le jugó al nieto favorito de la familia.
Pero conservo un fuerte recuerdo de aquellas plagas de gusanos; que llegaban cualquier noche, en pleno silencio y simulación, iban destruyendo los yucales uno por uno; de este conuco al otro, atravesando zanjas, mayales y caminos que dividían cultivos propios de ajenos.
Asocio el recuerdo de Tindico y aquellos gusanos, a un artículo que escribí recientemente para advertir y hacer reaccionar a altos organismos públicos y privados del país, para que pidieran a la ONU una explicación, justificación o aclaración sobre una serie de recomendaciones sobre conducta y educación sexual a nuestros niños, que se ha dicho que emanan de dicho organismo.
Nadie, ni las altas instancias normativas y gubernamentales nacionales, como tampoco las academias, inclusive aquella con la que mantengo vínculos, han leído ni reaccionado a dicho artículo. Mucho menos la ONU.
Escribí para advertir sobre ciertas normas y valores (o pseudo valores) propalados por este u otros organismos mundiales de normatividad y orientación, como la ONU; de la cual somos miembro como nación, y a la que estamos obligados a pagarle en dólares nuestra membrecía.
Ocurriendo, probablemente, que dicho organismo mundial, y acaso también muchas de nuestras instituciones, están siendo víctimas, como el conuco de Tindico, invadidos inadvertida y silentemente, como por mariposas leves, sutiles, luego convertidas en repugnantes gusanos, que terminan destruyendo la esencia y calidad de nuestros nutrientes morales y espirituales; decretando corrupción, infertilidad y muerte. Según disposición de agentes que llegaron tímidos y silentes a esos altos lugares, a deponer su carga de frustración, abrogándose el derecho, usurpado, de decirnos a todos “que tenemos que comernos esas yucas, por la boca o …“!Por donde nos quepan!”.