Y nosotros nos entregaremos a la oración y al ministerio de la palabra. Hechos 6: 4
Si miramos cuidadosamente la vida de Jesús, nos damos cuenta de que había algo que sobresalía a todo, y era su vida de oración. No descansaba; cuando terminaba de un apretado día se dirigía a buscar el rostro de Dios.
Era algo que los apóstoles no podían entender; cómo después de tener un día tan fuerte sanando, liberando, enseñando, tenía fuerzas para orar. Pero lo extraño no era esto, sino el tiempo que se tomaba. Y ¿cómo podía tener tanta resistencia?, podían pensar los discípulos, ya que ellos se dormían mientras Él oraba.
Lo que pasa es que Jesús venció la demanda de Su cuerpo, el cual le pedía descanso. Rompió con la mentalidad de querer dormir, demostrando que el cuerpo y la mente se someten a la voluntad del Espíritu Santo. Es decir, que sí es posible que podamos orar y no complacer lo que el cuerpo y la mente están pidiendo.
Entonces, no hay excusa de que “Estoy muy cansado”, “El día de hoy me dejó sin fuerzas”. No podemos dejarnos dominar por las condiciones físicas o mentales, pues estas siempre nos harán la guerra para que no oremos. Pero ya Cristo nos enseñó que pueden someterse para que nuestra vida de oración no se vea afectada.