Hasta Estados Unidos, la nación del orgullo anglosajón en América que tardó más que los regímenes de la isla de Santo Domingo en declarar ilegal la esclavitud y mucho más en hacerla desaparecer completamente, ha atribuido a autoridades de República Dominicana el ejercer un constante “trato desigual” a ciudadanos estadounidenses de rasgos afros mientras a los “»indiecitos claros” o algo cobrizos que habitan la parte oriental se les encasilla en el afán de no querer que los cuenten como negros ni mulatos. Casi un 70% de la población local alejada del creole se define en los censos lo más distanciado posible de la africanía.
“No soy racista pero no quiero haitianos en mi país” exhibía recientemente entre orgullosa y soberbia, pancarta en manos, una manifestante de las esporádicas protestas a la presencia local de inmigrantes considerada excesiva; mientras un sector de la intelectualidad local relaciona la poca contemporización con los vecinos a la crueldad de hordas haitianas independizadas de Francia que se lanzaron a la conquista del territorio adyacente asiento de la herencia cultural y lingüística de España. Invasores que tras sufrir derrotas en la guerra independentista de 1844 tocaban retirada con filos de bayonetas para aplicar degüellos sin compasión en las comarcas dominicanas por donde transcurrían sus escapadas.
En diversos foros nacionales e internaciones el Estado dominicano ha negado que existan racismo y discriminación racial como comportamientos sistemáticos de la sociedad y ha puesto de relieve que el 80% de la población es afrodescendiente, pero una organización civil que defiende vínculos con el continente negro insiste en detectar prácticas racistas, prejuicios y discriminación en élites sociales que marcan diferencias, no solo por estatus económicos, sino también por el color de la piel. Se repiten incidentes protagonizados por porteros ogros pagados por restaurantes excluyentes que niegan entrada a los “negros y a los feos”.
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Criterio criollo
Un estudio de “Barómetro de las Américas” determinó que en República Dominicana la mayoría de la población encuestada (68.6%) se considera “india”, un exiguo 11.2% mulatos (mucho menos que en Londres); el 10% negros y un 9.7% blancos que aparentemente es poco lo que salen a las calles para ser visibles. El informe define el término “indio” como un recurso que puede servir para encubrir la condición de negritud de la población dominicana y además “que se ha adoptado sin que exista una tradición indígena palpable en República Dominicana”.
En textos sociológicos , aplicados al país, se llega a decir que localmente se manejan unas categorías de color de piel muy particulares que subdividen a la población en “indios claros, indios oscuros y morenos” y otras denominaciones inexactas en las que subyace la imperante necesidad de desconocer la raíz africana de esta demografía. Emanado de la “Afro Alianza Dominicana” es el siguiente párrafo: “Esta problemática obedece a varios factores relevantes que vienen desde el contexto histórico de la ocupación haitiana en República Dominicana, la herencia de Trujillo, que utilizó la raza en torno a un proyecto de nación homogénea y mestiza, no negra. Adicionalmente la relación que hay entre el color de la piel y toda la carga de perjuicio que esto conlleva con la migración haitiana, define la identidad dominicana como no haitiana (que les parece ofensiva). En otras palabras, el antihaitianismo es la base de la reafirmación identitaria dominicana”.
Algo más científico
A preguntas del sociólogo doctorado Wilfredo Lozano, el historiador dominicano Frank Moya Pons opinó que por el lado racial “la nación dominicana es el resultado de la mezcla entre aborígenes americanos, europeos y africanos. Durante muchos años se estuvo hablando de cuál podría ser el componente dominante y en 1951 el doctor José Álvarez Perelló publicó una primera cuantificación a partir del estudio de grupos sanguíneos.
El resultado llevó a la conclusión de que los españoles y sus descendientes por amancebamiento con criollas de distintos orígenes, incluyendo el africano, llevaron a una nueva identidad criolla-hispano-dominicana predominante que terminó asimilando los contenidos de la cultura europea incluyendo la religión católica y la lengua castellana. Una minoría europea emparejada con esclavas y libertas quedó en minoría para entonces.
Y concluye: “Al ser la población afrodescendiente menos numerosa que la hispano-criolla, la hibridación racial fue evolucionando hacia la formación de una población mulata que, por razones de lengua y religión, terminó identificándose con el ser español, soslayando , negando y hasta olvidando sus orígenes africanos”. ¡Viva la pepa!
El Yugo pesó
Los haitianos dominaron este lado en calidad de dictadura militar. Despóticamente, lo cual quedó consignado con letras de fuego en el manifiesto de la decisión de separarse de Haití. El régimen de Boyer “redujo a muchas familias a la indigencia, quitándoles sus propiedades para sumirlas a los dominios de su República y donarlas a los individuos de la parte occidental o vendérselas a ínfimos precios. Asoló los campos, destruyó la agricultura y el comercio; despojó las iglesias de sus riquezas, atropelló y ajó con vilipendio a los ministros de la religión, les quitó sus rentas y derechos y por su abandono dejó caer en total ruina los edificios públicos. Obligaron a los dominicanos a identificar la barbarie con el tono quemado de su piel”.
Además el gobierno militar haitiano estableció el espionaje e indujo la cizaña y la discordia hasta en el hogar doméstico. Si se pronunciaba algún español contra la tiranía y la opresión se le denunciaba como sospechoso, se le arrastraba a los calabozos y algunos subieron al cadalso para atemorizar a los demás. Trató a sus habitantes peor que a un pueblo conquistado a la fuerza.
Racismo enmascarado
Tras sus indagaciones sobre la forma de ser del dominicano para su obra, con tal fin publicada en el año 2016, la periodista Ángela Peña escribió que a pesar de la indiscutible presencia del negro en la piel y en los rasgos físicos del dominicano, existe un acentuado rechazo hacia ese color “según la conclusión de muchos estudiosos de la dominicanidad”. Otros afirman que el desprecio ha disminuido o desaparecido y hasta se ha llegado a asegurar que nunca ha existido».
El reputado psiquiatra Fernando Sánchez Martínez, exrector de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, le opinó a Ángela que “la vida cotidiana del dominicano está totalmente impregnada del prejuicio racial, y esto lo podemos ver en el merengue, en las décimas, en las bachatas, en la conversación del refranero. Por ejemplo, el negro es comida de puerco y el negro si no lo hace a la entrada lo hace a la salida”.
El célebre Pedro Andrés Pérez Cabral (Corpito) que escribió una obra para especialistas titulada “La comunidad Mulata” sostenía que “la necesidad o el deseo de pasar por blanco es una de las consecuencias de la historia de las trata de esclavos y de la discriminaciones y preferencias raciales. El dominicano rechaza su ascendencia africana, no se reconoce como negro. ( ) El mulato busca separarse del negro en la medida en que este es el vértice de todas las inventivas, de todos los desprecios, de todo los excesos abusivos, de todos los diferimientos, de todas las repulsas”.