La pasarela del dolor

La pasarela del dolor

Guido Gómez Mazara

El dolor y desgarro resulta indescriptible. San Cristóbal es el escenario de pérdidas, congoja y las culpas tardías de la escasa supervisión y previsión.

Un drama dantesco revelador de un país que, como de costumbre, pone candados después del robo.

Autoridades, clase política y ciudadana apostando a la solidaridad. Y el alma humana frente al dilema de lo estrictamente sincero y la simulación politiquera siempre apta para sacar ventajas electorales. Y el reloj de la política abriendo las compuertas a falsos, hipócritas y farsantes.

Un país siempre tiene la oportunidad de mostrar lo mejor de su gente cuando el dolor nos deja desprovistos de palabras.

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Ahora, lo racional es cerrar filas frente a la desolación y ausencias irreparables que, con el paso de los días, nos devolverán a la rutina de referencias y llantos, sin que las causas y responsables sean encausados de la mejor manera.

Lo doloroso es la rentabilidad de oficiantes de la política que enmascaran posturas de solidaridad, con la fatal carga de intuir que pueden engañar, a golpes de inversión en redes y despliegue publicitario, su sentido de compromiso con las familias afectadas.

Y seguirá San Cristóbal en sus mismas tragedias y la referencia de un pasado ilustre por las ansias de un tirano, pretendiendo hacer de su terruño nativo, el espacio ideal de un pedazo de cielo en la tierra. Lo real es Chichita, la marginalidad del barrio Moscú, los sureños establecidos allí por la cercanía a la capital y una pobreza que los llena de desesperanza.

Es una lástima que sea la tragedia la que provoque que muchos entiendan que San Cristóbal también existe.