Es muy común escuchar a las personas hablar de la política como un instrumento que permite acceder al poder, para desde allí responder a las necesidades grupales y personales. Es típico que la gente vea la política como una herramienta que se usa para alcanzar el poder sin importar las formas, ni los medios que se utilicen, aunque esto implique no respetar normativas legales, pero mucho menos los principios éticos.
Estas interpretaciones incorrectas, son la instrumentalización y degradación de la esencia y los fundamentos que encierra la política, que vale decir, que es un instrumento, pero no para beneficiar grupos e individuos, sino para alcanzar el bienestar de toda la colectividad.
La política no es la interpretación vacía, canalizada a través de empresas registradas como partidos políticos, la política es el compromiso de asumir una trayectoria pedagógica que lleve a la construcción de una ciudadanía nueva, capaz de asumir el sagrado compromiso de respetar el marco legal, pero sobre todo, de hacer un ejercicio ético de las funciones que se desarrollen en nombre de ella.
La política no es el secuestro de las instituciones democráticas, copando todos los espacios donde se pueda ejercer, para controlarlos, manipularlos y cooptar voluntades, comprando plumas, alquilando cerebros y silenciando organizaciones sociales; la política es expresión de pluralidad, de diversidad, de criticidad, de debate de las ideas, de ahí que la misma habilita los espacios para el disenso y el consenso de los ciudadanos(Arendt, 2003).
La política implica que se puedan abrir las academias, que las escuelas sean centros para la criticidad, donde no se impongan las doctrinas, sino que la gente pueda discernir, descubrir y plantearse el tipo de sociedad que desea tener. Por eso que,al revisar nuestra modelo de educación, se puede percibir como esta responde a la manipulación, a la sumisión, generando ciudadanos sin criticidad, sin visión, pero peor aún, ciudadanos que piensen que la política es inmoralidad, es manipulación, es imposición (Bernstein1996).
Es imposible que una sociedad pueda desarrollarse, donde el ejercicio de la política sea visto como un medio para el enriquecimiento ilícito, donde la complicidad de sectores empresariales, religiosos e intelectuales se colocan en una misma dirección, para violentar el orden democrático, crear mecanismos de connivencia y destruir los valores sociales de la honestidad, la dignidad, la humildad y responsabilidad.
Esta sociedad no puede seguir alimentando el bandidaje, la delincuencia y la inmoralidad, que día a día pervierte a nuestros jóvenes, enrumbándolo por el camino de lo fácil, de acumular riquezas sin producirlas, de violar el marco legal sin tener un régimen de consecuencia.
Es imperdonable que en este país sigamos teniendo políticos, militares, religiosos (padres, pastores), comunicadores, dirigentes sindicales, que exhiben fortunas millonarias, pero ningunos tienen forma de justificarlas, todo esto a expensa de este pueblo que languidece en la miseria, siendo esto un burla perversa y descarada.
Es determinante cambiar esta realidad, no podemos seguir teniendo unos actores que se hacen llamar políticos, que en realidad lo que son mercenarios, que desde el tigueraje y el bandidaje ocupan las instituciones sociales, políticas y empresariales para asaltarlas, llevándose los recursos que pueden invertirse en mejorar la salud, la educación, así como crear fuentes de empleo. Es preciso retomar Juan Bosch, debemos asumir nuestro compromiso social, defender el honor de este pueblo, hacer política de forma ética y sanear nuestra sociedad del gansterismo político (Bosch 1955).
Es pertinente que las personas honestas den un paso al frente, que esos intelectuales comprometidos salgan de sus trincheras, que los religiosos de fe asuman el llamado de sanear el Estado, que los dirigentes sociales comprometidos con sus comunidades rompan las filiaciones con las organizaciones políticas comprometidas con el desorden, la corrupción y la destrucción de nuestra sociedad, para que recuperemos el país y construyamos la democracia que nos merecemos.
Debemos asumir la política que busca el bien común y erradicar esa interpretación acomodada, que promueve la inmoralidad y el desorden. Duarte decía que “La política no es una especulación; es la ciencia más pura y la más digna, después de la filosofía, de ocupar las inteligencias nobles”.
¡Llego la hora donde la política debe ser asumida por la gente digna, por los ciudadanos nobles de nuestro país!