En la doctrina duartiana, la política es concebida como un ejercicio esencialmente noble y servicial. No obstante, algunas praxis político- partidarias contemporáneas distan tanto de la concepción de Duarte, que ese arte genera muchas dudas e inconformidades.
Así se refleja en encuestas como la Gallup, la Mark Penn y el Latinobarómetro de las Américas que, resumiendo, plantean que los dominicanos no creen en nada ni en nadie, incluyendo a muchos de sus líderes e instituciones públicas.
En relación a la confianza a nivel general, solo un 14% de los dominicanos cree que se puede confiar en la mayoría de las personas, según los resultados de Latinobarómetro 2018.
En el sector privado, las entidades financieras y los medios de comunicación resultaron con los mejores puntajes, un 46% y 44%, respectivamente. Peor les fue a las compañías nacionales, los organismos multilaterales y los sindicatos con 32%, 30% y 23%.
Y, en el caso de las instituciones gubernamentales, el resultado para los tres principales poderes del Estado es que apenas superan el 20% en su nivel de confianza. Sólo el 22% dijo que confía en el Gobierno, que representa al Poder Ejecutivo; el 20% en el Poder Legislativo y 21% en el Poder Judicial.
De más está decir el daño que eso provoca a la institucionalidad como tal, pero, volviendo a la praxis política, nos hace distanciarnos de, en definitiva, una herramienta vital para el cambio: la política, pero la política de verdad.
Y es que al momento de enumerar soluciones a los problemas fundamentales del país, se puede producir una amalgama, pero la vía principal para implementarla, independientemente de que es vital tener alianzas y concurrencias de todos los sectores, pasa por la política, en tanto es el vehículo de la administración pública y, por ende, de las instituciones y los recursos del Estado.
Por eso, sin caer en el reduccionismo que presume que la única política que merece tal nombre es la que llevan a cabo los partidos políticos tradicionales, hay que reconquistar la población, la ciudadanía, para que esté consciente que un ejercicio político conectado con el bien común, con los intereses colectivos y mayoritarios de la ciudadanía es la vía para lograr hacer de este país una República Dominicana auténticamente democrática, socialmente justa y económicamente equitativa. Tal cual reza la Constitución dominicana: un Estado Social Democrático y de Derecho.
Mas para ello, parafraseando la campaña no oficial del expresidente estadounidense Bill Clinton, en 1992, contra el entonces presidente George Bush (padre), la vía fundamental es “the policy, stupid”.