La proliferación de la insensibilidad social

La proliferación de la insensibilidad social

José Miguel Gómez

Lo peor que le puede pasar a una persona es llegar a la insensibilidad

La aspiración principal de existir es, seguir existiendo. Aunque se tenga que sobrevivir a penas lucha, padeciendo hasta en la piel la frialdad y la apatía de un mundo de hielo, cuando de sensibilidad y calor humano se demanda.

Desde los abuelos y los padres, se hablaba del colectivismo, el gregarismo, el altruismo y solidaridad de las personas: la comadrona, el trueque agrícola, las juntas para la siembra, el familiar que recibían una persona para estudiar en la ciudad, el médico de familia, la solidaridad en la pérdida, el plato de comida al vecino, etc.

Ese mundo fue posible y vivible para nuestros antepasados. Ahora todo cambió: La comunicación, la tecnología, la inteligencia artificial, la economía, los servicios, la movilidad social, la competitividad, la familia, etc.

El principal enemigo han sido los cambios socioeconómico y sociocultural, el modelo financiero, el sistema de creencia y los valores de la humanidad han cambiado de forma tan rápida que las personas no lo han reflexionado; terminando por conocerse menos, despersonalizarse más, y relativizar sus valores, su identidad y dignidad.

La globalización, el control por el comercio, la movilidad social buscando oportunidades, fueron reconstruyendo mercados, familias, parejas, amigos y nuevos estilos de vida y de trabajo. Ahora tenemos familias diseminadas por el mundo, como resultados padres están solos, trabajos desde la casa, juegos, comidas, negocios, servicios por online.

Países que se sostienen por turismo, remesas y servicios ofertados, o por ofertar menor carga impositiva a sus inversiones, pero también, pagan menor salario. Los daños colaterales de todos estos resultados son: desapego, individualismo, indiferencia con el otro; la falta de compromiso social, el ser humano visto como objeto y sujeto de consumo, la insolidaridad y la falta de altruismo; pero, sobre todo, mayor inequidad social.

Ahora ha llegado la pandemia y las soluciones y alternativas son: vacunas, controles sanitarios, cuidar la economía, apostar a una normalidad segura.

El covid-19 nos ha enseñado que vivimos y asistimos en un mundo poco ético, desigual, insensible, frío, injusto e inhumano; los daños colaterales, han sido en las áreas emocional, espiritual, estructural, bioética, afectiva, y, para mal, se está reproduciendo un ser humano cargado de la proliferación de la insensibilidad social.

Es decir, más mezquino, más de la mediocridad, más avaro; mas individualista y más desapegado del sufrimiento.

La proliferación de la insensibilidad se siente en las conductas sociales, en los conflictos de familias, parejas, hijos; también, en partidos políticos, en empresas, en religiones, en amigos, en fin, en todas las dinámicas estructuradas.

Lo peor que le puede pasar a una persona es llegar a la insensibilidad, debido a que termina sin pasión, sin amor, sin afecto, sin lágrimas y sin piel para sentir al del lado.

El insensible al doble, se niega a reconocer la ternura, no da ni siente la caricia, no abraza, no canta, se va muriendo lentamente, pero no lo sabe; respira y traga, pero no llega nunca a descubrir el significado propio, y mucho menos, el significado del otro. Una pena humana, comprender y observar la proliferación de la insensibilidad social.

En la deshumanización, la falta de vínculo, de afecto, de sentido de pertenencia, la inquinia social y de los desapegos primarios.

Hay que seguir construyendo y practicando la beneficencia, la bondad, el amor, la solidaridad, el altruismo y el merecimiento.

El compromiso es seguir siendo una buena persona; un ser humano conectado con la espiritualidad. La adultez tiene sentido cuando se vive y se practica la reciprocidad con los demás, o se crean las oportunidades al otro ser humano.

La pandemia ha reproducido las patologías sociales: el individualismo, la victimización social, apatía e indiferencia por el otro, el aprovechamiento, la corrupción, la delincuencia, el bandolerismo y la proliferación de la insensibilidad social.

Necesariamente el mundo tiene que cambiar, las personas deben practicar el altruismo y la beneficencia, el mercado y el mundo financiero, la medicina y la farmacéutica tienen que tener regularizaciones y el espíritu bioeticista. Hay que parar la proliferación de la insensibilidad social.

Covid nos ha enseñado que vivimos en un mundo poco ético, desigual, insensible, frío, injusto

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