Por encargo del profesor Juan Bosch, escribí la primera psicopatología del dictador: Trujillo Visto por un Psiquiatra. Un estudio retrospectivo que abarca desde la dinámica hedo-familiar, la personalidad, los patrones conductuales, temperamento y carácter, el contexto socio-cultural y político, donde se desarrolla y socializa Trujillo Molina, para dar respuesta a su conducta disocial; pero también, su inteligencia, habilidades y destrezas para responder de forma adaptativa en diferentes circunstancias.
Trujillo tenía diferentes rasgos que durante su vida incidieron en su personalidad: narcisista, obsesivo, paranoide e histriónico; nunca estuvo loco, ni psicótico; tenía un trastorno antisocial de la personalidad, con objetivos, metas y propósitos en la vida, tanto en lo político, lo militar y lo social.
Un Trujillo Molina de procedencia pobre, producto de una familia disfuncional, con baja escolaridad, pero con deseos, ambiciones y necesidad de superación y validación social; encontró en el ejercito el mejor espacio de movilidad social, de ascenso rápido, llegando a general en menos de doce años de carrera militar. Aquel hombre que impresionó a los americanos en el ejercito por su carácter, vestimenta correcta, su don de mando, sus manipulaciones y su capacidad para dividir, generar conflicto y estar dispuesto a lo que sea, con tal de alcanzar propósito y resultados para sus fines.
Trujillo utilizó todos los recursos disponibles a su alcance para llegar y mantenerse en el poder: terror, miedo, crímenes, asesinatos, soborno, divisiones, manipulaciones, seducción, sexo, chantajes, intimidación, descredito y nepotismo.
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Un hombre en el fondo tímido, lleno de carencias y frustraciones no resueltas, emocionalmente inflexible, de afecto ambivalente y de sentimientos inadaptado.
Producto de una dinámica matrifocal, criado por las abuelas, identificado con la madre, pero al mismo tiempo podía maltratar, acosar, humillar, abusar y violar mujeres.
El dictador se convirtió en un símbolo y en un mito. Fue un maestro de las habilidades, del cinismo, el teatro y el engaño. Se adaptaba a cada circunstancia y respondía con firmeza a los riesgos y eventualidades.
Como persona, como militar y como político siempre hizo trampas. Los fines siempre justificaron los medios y el método.
Trujillo tenía un “yo” hiper-inflado, con una autoestima alta, y una necesidad exagerada de validación y aceptación psicosocial; de ahí su megalomanía, su egolatría, su adulación y reconocimiento. Un macho poligámico, visceralmente infiel, con una sexualidad riesgosa, promiscua, sin límites y sin resaca moral.
Aprendió a conocer la psicología del dominicano; Era supersticioso, le temía a los truenos y relámpagos, le prendía vela San Miguel y a Santa Martha la dominadora para “la virilidad”.
Sabía intimidar, manejaba el lenguaje extraverbal como todo histrión. Un hombre lleno de prejuicios, resentimiento, remordimiento y odio. No sentía vergüenza, culpa, ni arrepentimiento, no se afligía, ni pedía perdón, ni aprendió nunca de sus errores, ni de las malas experiencias; conductas propias de las personas con trastornos antisocial de personalidad.
Al igual que Santana, Báez y Lilís, Trujillo es una expresión sociocultural y sociopolítico de un país atrasado, de grupos y de la patología social, donde los más sanos y más correctos desde el punto de vista de la personalidad, los valores y la espiritualidad, no llegaban o no se mantenían en el poder: no llegó Duarte, ni Espaillat, ni Luperón, ni Hostos, ni Bosch, ni Peña Gómez.
Trujillo Molina es un modelo de referencia social no sano, y menos, digno de imitar.