La paz y la seguridad ciudadana huyeron despavoridas del barrio Los Tres Brazos en el Gran Santo Domingo –uno de tantos- porque su densidad de población y de pobreza lo han hecho inmanejable en materia de orden público basado en patrullajes ordinarios superados por el potencial de una violencia azuzada por la situación de crisis de un gran número de familias que confrontan dificultades para comer y vestir. Privadas de los beneficios de la modernidad y de las posibilidades de educar en valores a los jóvenes, a los que los estándares de confort, visibles en otras zonas de la ciudad, presionan a abrirse paso al precio que sea.
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La fórmula de los cuadrantes bien concebida por la Policía Nacional para la rapidez persecutoria con uso de la fuerza no llega lógicamente a los factores sociales que impulsan a sus perseguidos que se echan a correr por angostas rutas entre numerosos asientos de la pobreza, adultos en crujía y niñez desvalida. Por allí los guardianes de la ley se cruzan con el abandono y con negocios de mucho ruido y bebidas sin control cuyos dueños no conocen la forma correcta de relacionarse con la comunidad a la que enferman socialmente. Un hacinamiento que tiene eso de malo. Detona desesperanzas, acentúa desigualdades; hace invivibles ámbitos barriales. Faltan políticas, programas e intervenciones hacia la raíz de los males. El bandolerismo gana terreno bajo condiciones de miseria y lacerantes fallas estructurales que cierren paso a la forma decente de vivir.